15 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 7 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Columnistas

Sobre la inteligencia artificial y el futuro de la asesoría legal

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Sala Edición 5 - Imagen Principal

Adriana Zapata

Doctora en Derecho

 

Todo pareciera indicar que tampoco el ejercicio de la profesión de abogado estará al resguardo de los efectos de la inteligencia artificial, particularmente en el campo de las asesorías legales.

 

Para algunos, la inteligencia artificial aplicada al ejercicio de la profesión no es el acabose y tan solo se trataría de hacer frente a esta nueva realidad, incorporando los dictados de la nueva economía. Para otros, en cambio, el escenario es más preocupante, pues lo que estaría en juego es la sustitución del trabajo del jurista por máquinas todopoderosas que resultan más acertadas en sus juicios programados que el criterio formado del profesional experto. ¿Dónde estamos realmente en este nuevo estado de cosas? Comparto aquí algunas consideraciones al respecto.

 

Lo primero es que no se trata de ciencia ficción ni de un futuro reservado para las nuevas generaciones. Hoy, todos podemos dar cuenta de la velocidad con la que ha evolucionado la tecnología en las últimas décadas. Los efectos sobre sectores económicos específicos son ostensibles, como en las ventas al detal, los servicios hoteleros y de transporte, la financiación de emprendimientos, los servicios bancarios, sin dejar de mencionar esa maravilla del blockchain (proceso de trasmisión de información con intervenciones múltiples, que asegura la incorruptibilidad y trazabilidad de la misma información), así como las posibilidades todavía por descubrir de las impresoras en tercera dimensión. Estos son solo algunos ejemplos de los desafíos de esta nueva revolución. No hay marcha atrás. La nueva economía genera profundas variaciones en los modelos productivos, al punto de que ha llevado al empresario a destinar recursos considerables para la investigación y la innovación, más que como respuesta a una moda o para aprovechar incentivos, como parte de una visión estratégica permanente.

 

¿Y qué con los abogados? La primera consecuencia que se avizora es que menos profesionales del Derecho serán necesarios, en la medida en que algunos servicios legales con formatos repetitivos serán remplazados por inteligencia artificial. El valor que agregue el abogado a estos procesos será el aseguramiento de la calidad, pero no habrá más reconocimiento por tiempo consagrado a llenar plantillas o minutas repetitivas.

 

Conocí por referencia el caso de una firma inglesa que produce fuera de Londres y con personal administrativo bajo supervisión legal, los contratos destinados a transacciones de compraventa de empresas –ni más ni menos que los M&A, la alta cirugía del Derecho Corporativo-, en aquellos aspectos que se consideran como cláusulas de uso frecuente, reservando para los abogados de la City únicamente aquellos puntos muy especializados que deben ser objeto de una negociación particular. El resultado: tarifas más competitivas para los clientes, menos abogados de trámite y más vinculación de aquellos que demuestran conocimiento muy especializado, destrezas sobresalientes en análisis de textos y buena aptitud y actitud para la negociación y el relacionamiento con los clientes. Otros ejemplos abundan en las firmas internacionales, dadas a la tarea de contratar desarrollos de tecnología para aplicar a procesos de debida diligencia de análisis de contratos y revisión de documentos, así como iniciativas de empresas de tecnología, como la propuesta ROSS de IBM, que plantea soluciones concretas a problemas legales específicos a partir de la evaluación de la legislación disponible (www.rossinteligence.com).

 

Llegamos así a la segunda consecuencia, consistente en que el tipo de abogado que debemos formar en las facultades de Derecho debe ser distinto: menos memoria y más análisis, pero acompañados de mayores competencias prácticas que le permitan al futuro colega el trabajo en equipos interdisciplinarios, el dominio de otros idiomas, el manejo de la oralidad, la comprensión de otras áreas del saber, entre ellas, la economía, la contabilidad, las finanzas, la gestión de empresas y la tecnología, bien sea para la creación de su propio emprendimiento, bien para un mejor asesoramiento a sus clientes. En suma, lo que nos corresponde desde la academia es apoyar la formación y el desarrollo de competencias, al lado, por supuesto, del dominio del saber jurídico basado en el desarrollo de capacidades analíticas.

 

Discutiendo sobre estos aspectos con otros colegas, me recordaban que los saberes del pasado daban cuenta de muchas de esas habilidades: la lógica, la argumentación y la retórica, que parecen volver desde tiempos pretéritos a recordarnos lo que es insustituible del abogado.     

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