11 de Enero de 2025 /
Actualizado hace 10 hours | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Columnistas

Populismo, derechos y democracia

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Catalina Botero Marino

Abogada especialista en Derecho Constitucional y Derecho Internacional de los DD HH

@cboteromarino

 

El presidente electo de EE UU, durante toda su campaña, despertó las peores emociones colectivas: la rabia, el miedo, el odio. Se refirió a los inmigrantes mexicanos como violadores y ladrones, a las mujeres como objetos desechables, a los afros como sujetos peligrosos y a los musulmanes como terroristas. Alabó la tortura y llamó a desobedecer el resultado electoral en caso de que perdiera las elecciones. Su diagnóstico está fundado en mentiras que fueron una y otra vez puestas al descubierto y sus promesas son tan inconsistentes como peligrosas. Sin embargo, obtuvo la presidencia.

 

Pese a que no existe un solo caso en el cual el populismo antidemocrático haya conducido a mejores condiciones de vida, en las últimas tres décadas el auge de este fenómeno ha sido notorio. Sobre la base de discursos que apelan a la exclusión, la intolerancia y el autoritarismo, muchos países han retrocedido de manera evidente. Hungría, India, Filipinas, Turquía, Venezuela, Ecuador y Nicaragua, sin mencionar el avance de la extrema derecha en Europa, son testigo de ello.

 

Investigadores de todas las latitudes han intentado explicar este fenómeno. Dos de las razones aportadas me parecen fundamentales: la existencia de sistemas políticos ensimismados incapaces de responder a las necesidades de importantes sectores de la población y un relajamiento de los valores democráticos. Me detengo en esta última, porque Colombia no es ajena a esta tendencia. Basta ver las redes sociales para advertir cómo, en algunos sectores, se ha vuelto irrelevante y hasta divertido burlarse cruelmente de la gente por el color de su piel, su preferencia sexual o su lugar de origen. Expresiones dolorosas que parecen inadvertir lo que costaron las conquistas democráticas que diferencian la barbarie de la civilización. Expresiones que normalizan la violencia y la discriminación y que disminuyen la empatía y la solidaridad, valores sin los cuales nunca ninguna sociedad ha podido prosperar.

 

La conquista de derechos fundamentales como la igualdad o la tolerancia y de garantías esenciales como la división de poderes ha sido un proceso largo y doloroso. Son además conquistas nuevas, porque la humanidad tardó mucho en crear verdaderos consensos para domesticar el ejercicio del poder de quien tiene la fuerza, en defensa de quien solo tiene a su favor la dignidad de ser humano. Y la mayoría de estas conquistas solo fue posible después de que el mundo se conmoviera al conocer las imágenes que mostraron la dimensión de la barbarie a la que conduce la discriminación o el autoritarismo. Imágenes como las del holocausto nazi, las de los asesinatos de afroamericanos a manos del KKK o las del linchamiento de mujeres que solo querían votar, estaban presentes en la mente de las personas que en los últimos tiempos contribuyeron a crear condiciones más dignas para la convivencia humana.

 

Sin embargo, pese a que en la segunda parte del Siglo XX se produjo una importante proliferación de Constituciones democráticas, de tratados de derechos humanos, de declaraciones internacionales, la cultura democrática no parece haberse asentado. Los hechos de los últimos meses lo demuestran. Al parecer ha dejado de ser relevante defender estos valores democráticos y se ha vuelto aburrido y poco rentable promoverlos. En algunos lugares genera más pasión un partido de fútbol que la idea fundamental -por la que generaciones enteras sacrificaron sus vidas- según la cual todas las personas tenemos los mismos derechos y debemos ser tratadas con el mismo respeto.

 

Construir valores democráticos ha costado mucho. Para algunos, podrá no ser divertido defenderlos, pero al menos deberían saber que es la única manera de convivir dignamente. La ola de racismo desatada después de la elección de Trump es una prueba más de ello. 

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