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Actualizado hace 36 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Análisis

Análisis


Crisis de legitimidad y los actores del Derecho

28 de Septiembre de 2017

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John Fitzgerald Martínez V.

Profesor de Humanidades y Derecho Público

Director del Centro de investigaciones Socio-Jurídicas

Facultad de Derecho de la Universidad Libre

 

Las irregularidades que desde hace tiempo rodean la Rama Judicial han hecho que gran parte de nuestra sociedad cuestione la pertinencia y el valor de los estudios y el ejercicio de la profesión jurídica. Sobre los abogados y jurisconsultos ha hecho carrera el prejuicio de deshonestidad, como si todos fueran iguales en su comportamiento y desempeño profesional. Dicha sentencia pareciera inobjetable, al tenor de lo sucedido con algunos altos magistrados, fiscales y “pobres víctimas” de sus investigados y enjuiciados.

 

Decía José Ortega y Gasset en su famosa tesis: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Y la circunstancia de crisis con la que tenemos que enfrentarnos hoy los integrantes de ese orden de saber denominado el Derecho –para salvarnos- exige que demos explicación de lo que hacemos, ¿Qué es lo que hay de legítimo en dedicarnos a esto? y exponer, de paso, nuestra reflexión sobre esta red de circunstancias.

 

La generalización “todos son iguales y corruptos” es engañosa y superflua, como lo son todas las generalizaciones. Es por tanto sorprendente la ausencia de voz de miles de integrantes de este oficio, que asisten a despachos, oficinas y universidades, seguros de que sus acciones nada tienen que ver con la deshonestidad y la inmoralidad que tanto se les adjudica, dedicando su tiempo de vida con sacrificio, pensando que ayudan a construir un país mejor o, por lo menos, diferente, sosteniendo a sus familias con esfuerzo, soportando señalamientos que nada tienen que ver con su comportamiento.

 

Me refiero, por ejemplo, a aquel juez que, en todos los rincones del país, deja a su familia en la ciudad para irse al pueblo (y al revés) a resolver demandas y elaborar sentencias. Pienso en aquellos profesores que, actuando, enseñando y dando ejemplo (la verdadera lección de ética), señalan el camino y resuelven problemas reales tanto en la academia como en el ejercicio. Hablo también de mis inquisitivos y esperanzados estudiantes.

 

Por supuesto que no hago aquí una defensa ingenua de una pulcritud total en ese erial en que han convertido algunas de las instituciones que integran lo que la mayoría llama erróneamente “la justicia”. Lo que pretendo señalar es que esas instituciones están conformadas por humanos y, si queremos conocer las causas y los motivos por los que ha surgido el mencionado fangal, se debe explorar la condición humana de nuestro tiempo.

 

Esta condición signada hoy por lo que Michael Sandel denomina “la sociedad de mercado”, caracterizada por la intromisión del mercado y su poder corruptor en la vida pública, el fin en sí mismo del afán de lucro, el consumismo, el comercio generalizado en y de la vida de los ciudadanos, como valores primarios en la actualidad. ¿En realidad es esto lo único a lo que vale la pena destinar la vida humana? No, no todos pertenecemos a la misma estirpe, por más que así se nos señale.

 

Razones de la crisis

 

Otro aspecto que condiciona la crisis social a la que asistimos está muy bien descrita en El misterio del mal de Giorgio Agamben, que cito: “Si la crisis que está atravesando nuestra sociedad es tan profunda y grave, es porque ésta no solo cuestiona la legalidad de las instituciones, sino también su legitimidad; no solo, como demasiado a menudo se repite, las reglas y las modalidades del ejercicio del poder, sino el principio mismo que lo funda y legitima”.

 

La afirmación de Agambem obliga a preguntarse: ¿En qué es posible refundar la legitimidad para actuar en la vida pública y privada? Antaño, la respuesta era visible: vidas consagradas a la reflexión jurídica, estoicos profesores y magistrados cuya mayor pretensión era la dignidad del trabajo bien hecho y la clara evidencia de que sus acciones y pronunciamientos eran en todo momento ajustadas a la legalidad, austeros y críticos seres que antes que doblar la cerviz ante El poderoso caballero Don Dinero, nos mostraban cómo era preferible portar con decoro aquella frase de Jorge Luis Borges “La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce”, honrosa frase que, por cierto, muchos aprendimos en voz de ese otro maestro que fue Carlos Gaviria Díaz.

 

Hoy, exitosos y sesudos analistas aparecen a dar diagnósticos sobre ¿cuál es la norma, la política y el hecho responsables de esta crisis? Emergen señaladores profesionales para construir el patíbulo de individuos y grupos, culpables de esta maraña de ilícitos. Todos prestos a emitir condenas a través de los medios de comunicación de masas, erigidos en impolutos condenadores profesionales. Ya es lugar común señalar una difusa falta de ética y de valores en la época, pero sin cuestionar los fundamentos de ese mercantil modelo de vida en que están inmersos desde el empleado privado hasta el alto funcionario público, pasando de abajo arriba y también viceversa. Eso sí, ya vendrá la enésima y gatopardesca propuesta de reforma o asamblea constitucional, para cambiarlo todo sin que nada cambie, pues las causas de esta crisis seguirán intactas.

 

Iván Illich nos lo había advertido: “La ley y el derecho, en sus formas actuales, están, de manera abrumadora al servicio de una sociedad en expansión indefinida. El proceso por el cual los hombres deciden sobre lo que se debe hacer está actualmente sometido a la ideología de la productividad”. Si el Derecho y la ley, en lugar de estar al servicio de los hombres, están al servicio de las cosas, ¿cómo será posible un “actuar ético” de los ciudadanos? Sobre todo, aquí es donde más evidente es la necesidad de reconstrucción de la legitimidad en la vida pública.

 

Falta de legitimidad

 

Volviendo a Agamben, este señala un reto grave para ciudadanos en general y actores jurídicos en particular: “Los poderes y las instituciones hoy no se encuentran deslegitimados porque han caído en la ilegalidad, más bien es cierto lo contrario: la ilegalidad está tan difundida y generalizada porque los poderes han perdido toda conciencia de su legitimidad. Por eso es inútil creer que puede afrontarse la crisis de nuestras sociedades a través de la acción -sin duda necesaria- del Poder Judicial. Una crisis que golpea la legitimidad no puede resolverse exclusivamente en el plano del derecho”. Este desafío nos obliga a repensar los fundamentos de nuestro actuar individual y los principios y reglas de la vida en comunidad.

 

En una escena del filme Con honores, un magistral Joe Pesci encarnado en Simon El Vago, le da una lección al encumbrado Dr. Pikannan en un salón de Harvard, que quisiera reproducir aquí:

 

“Simon: La genialidad de la Constitución es que siempre puede ser cambiada (…). La genialidad de la Constitución es que la única regla que permanece es la fe en que la gente ordinaria puede gobernarse a sí misma”.

 

“Dr. Pikannan: La fe en la sabiduría de la gente es exacto lo que hace a nuestra Constitución (…) incompleta y burda”.

 

“Simon: ¿burda? No señor, no. Los padres fundadores de la patria eran pomposos granjeros blancos, pero eran grandes hombres, porque sabían lo que los grandes hombres saben: Que no lo sabían todo. Sabían que cometerían errores, pero dejaron la forma de corregirlos. Ellos no se consideraban líderes (...) querían un gobierno de ciudadanos, no de realeza, un gobierno de oyentes, no de conferencistas (…) un gobierno que pudiera cambiar, no (…) que se quedará estancado”.

 

¡Qué falta hace comportarse como grandes hombres! Hace falta la gente ordinaria que pueda gobernarse a sí misma. Hace falta que abandonemos la indiferencia hacia lo que nos corroe y que no actuemos solo con la simpleza del escándalo. Hace falta que identifiquemos y reconozcamos a esa gran porción de gentes ejemplares. Hace falta que dejemos de consumir las simplezas de los mismos medios y redes de masas, para pensar con profundidad. Hace falta que actuemos sabiéndonos ciudadanos y comencemos por intentar cambiar entre todos las verdaderas causas de los males de los que nos quejamos. Esas, juristas y ante todo ciudadanos, son tareas para confrontar la crisis. Esos los horizontes para recuperar la legitimidad. Sería un comienzo para corregir los errores.

 

 

* Nota del autor: Las citas provienen de los siguientes autores y textos:

- Agamben, G. (2013). El misterio del mal. Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora.

- Illich, I. (2006). Obras completas. México, Fondo de Cultura Económica.

- Sandel, M. (2013) Lo que el dinero no puede comprar. Barcelona, Debate.

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