‘Visión nocturna’
Nicolás Parra Herrera
@nicolasparrah
Hay mitos que cargamos como fotografías viejas en cuadernos y libros. Ocasionalmente los sacamos como recuerdos de nuestra biografía intelectual. No solo somos con quién andamos, también lo que leemos y lo que leímos y aún conservamos sin saberlo. A veces esos mitos son herramientas para enfrentar preguntas que la vida nos hace y para las cuales no tenemos respuestas. Yo, por ejemplo, cargo conmigo el mito de la caverna de Platón. Esta alegoría ilustra por qué y cómo enseñar: girando almas para cambiar el foco de la mirada de la sombra a la luz. También me da sosiego cuando las preguntas filosóficas y existenciales llegan cargadas de dudas, ceguera y dislocación, pues imagino que lo mismo le ocurría al prisionero que, al salir de la caverna, sentía dolor por la dilatación de sus pupilas, perdía su orientación y transitoriamente su visión, y luego al regresar a la caverna no podía comunicarles a los otros prisioneros lo que había visto. La caverna me servía como ideal prescriptivo de lo que significa enseñar y practicar la filosofía para curar las secuelas al hacerlo. Esto pensaba hasta que leí el reciente y aún no traducido al español libro de Mariana Alessandri, filósofa existencialista, Night Vision: seeing ourselves through dark moods (Visión nocturna: vernos a través de nuestros estados de ánimo oscuros).
El libro me llegó a las manos literalmente como el regalo de un viejo amigo a quien dejamos de ver por más de una década y en lugar de noticias trae consigo el atisbo de una vida que no fue, pero pudo ser. Comencé a leer las primeras páginas y acepté la invitación de Alessandri de poner la filosofía “patas arriba” e imaginar que a lo mejor hemos estado distorsionando a Platón. Quizás el punto del mito de la caverna no es salir de ella para buscar la luz, una imagen emparentada, quizás equivocadamente, con la verdad, lo bueno y lo bello. Quizás el problema de la condición humana no es liberarnos para salir de la oscuridad de la caverna, sino para quedarse y comprender que hay verdades a las que podemos acceder si hibernamos en la oscuridad de nuestros estados de ánimo. Así, Alessandri nos invita a asumir una duda que ni siquiera un cartesiano se atrevió a imaginar: dudar de la luz.
¿Qué significa dudar de la luz? Para Alessandri, estamos sometidos a una “dieta de la luz”: “Se nos prendió el bombillo”, decimos cuando somos creativos. “Vimos la luz”, cuando entendimos una verdad oculta, y quizás la más trillada, “hay luz al final del túnel”, cuando aguantamos nuestros estados de ánimo oscuros, como la rabia, el dolor, la depresión y la ansiedad, con la esperanza de separarnos de ellos, de salir de la oscuridad para ver nuevamente nuestra vida con claridad. Alessandri nos invita, una vez liberados, a quedarnos en la caverna con la compañía de filósofos existencialistas que andan en las penumbras del pensamiento filosófico, por ejemplo, con Audre Lorde, para escuchar, entrenar y nombrar nuestra rabia y así esculpir honestidad y denunciar las injusticias políticas que nos rodean; con Miguel de Unamuno, quien enterró a su hijo de seis años víctima de una meningitis y habitó el dolor como un camino hacia la compasión y hacia los otros; con C. S. Lewis, quien se casó con Joy Gresham en el hospital donde estaba siendo tratada infructuosamente de un cáncer. Su vida matrimonial duró cuatro años y luego Lewis se puso su visión nocturna para observar y vivir la pena filosóficamente sin esconderla, colorearla o conquistarla. Con Gloria Anzaldúa, la filósofa mexicana-estadounidense que sufría de depresión clínica, pero que se resistía a identificar su ánimo como un desorden o enfermedad y en cambio lo percibía como un llamado a que la arquitectura social abriera espacio para la recuperación de estos estados anímicos. Por último, con Soren Kierkegaard, quien descubrió en la fe un camino para lidiar con la ansiedad que lo acompañó toda su vida y que lo llevó a romper su compromiso matrimonial con Regine Olsen, el amor de su vida, por no querer impregnarla de la ansiedad que lo acechaba.
Leer a Alessandri es liberarnos de la caverna para quedarnos en ella. Hilvanando la sabiduría de estas filósofas y filósofos con confesiones de sus estados de ánimo oscuros y anécdotas del mundo positivo y trágico en el que vivimos, este libro se inscribe en la verdadera tradición socrática donde la filosofía coquetea con la autoayuda para probar que la filosofía puede servir para vivir mejor. Y Alessandri nos muestra que vivir mejor no solo significa ser felices, sino habitar nuestras penumbras emocionales y encontrar ahí verdades difícilmente accesibles por fuera de nuestra caverna. Wittgenstein dijo que “los límites de mi mundo son los límites de mi lenguaje”. A veces creo que los límites de nuestros mitos son los límites de nuestro mundo. Alessandri expandió uno de los míos; me donó unos lentes de visión nocturna y me invitó a ver la caverna como nunca la había visto: un lugar donde nuestros ánimos “oscuros” son grietas para desentrañar verdades que nuestros ojos enceguecidos por la “dieta de luz” se resisten a ver: las aflicciones emocionales pueden ser un camino a la comunidad, al autoconocimiento, a la empatía y a la sabiduría. No es el único, ella nos lo advierte; pero sí es un camino no tomado.
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