El sindicato de las autocracias
Juan Manuel Camargo G.
¿Qué tienen en común países como Rusia, China, Cuba, Irán, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte y Bielorrusia? No es una pregunta ligera. No los une un régimen económico similar ni una religión, pertenecen a regiones distintas, sus conexiones históricas son tenues. Los hermanan dos cosas: el odio a EE UU (y, por reflejo, a todas las democracias) y la irreductible voluntad de sus gobernantes de perpetuarse en el poder.
Esa es la tesis que postula y explica en su obra Autocracias, Inc. la historiadora Anne Applebaum, quien acaba de recibir el premio de la Paz de los Libreros Alemanes. Autocracia es un eufemismo para lo que antes llamábamos dictadura. El Diccionario de la RAE define autocracia como la “forma de gobierno en la cual la voluntad de una sola persona es la suprema ley”. Viene del griego autos (por sí mismo) cratos (poder). Según la autora, las llamadas autocracias modernas colaboran activamente entre ellas al modo de un sindicato del mal. Y, como escribe Karolina Gilas (proceso.com.mx), “Esta red de colaboración trasciende las diferencias ideológicas que en el pasado habrían sido insalvables. Ya no estamos ante el choque de grandes ideologías como el comunismo soviético o el fascismo; en su lugar, nos enfrentamos a un pragmatismo descarnado cuyo único fin es la preservación del poder”.
Esta colaboración no es oculta ni subrepticia. Las dictaduras, en efecto, se están quitando la careta. Rusia ayudó militarmente al régimen de Siria. Corea del Norte envía tropas y misiles a Rusia para apoyarla en la invasión a Ucrania. Irán envía drones a este país con el mismo fin. Cuba y Venezuela reciben los buques de guerra de Rusia. ¿Y qué países se apresuraron a reconocer a Maduro como ganador de las últimas elecciones presidenciales de su país? Entre otros, los mencionados en el primer párrafo de esta columna.
Tristemente, el autoritarismo ha aprendido a manipular la democracia para socavarla desde dentro. La mayoría de los autócratas aseguran que la fuente de su poder es la voluntad del pueblo. Los gobernantes de Rusia, China, Venezuela, incluso Irán, incluso Corea del Norte, han “ganado” sus respectivas elecciones. Y las siguen ganando. Y las seguirán ganando. Applebaum señala que los ciudadanos de los países occidentales comienzan a abandonar su fe en la democracia y empiezan a sentirse atraídos hacia lo que denominan gobernantes “fuertes”, que en realidad son más arbitrarios que capaces. La raíz de este fenómeno sería el temor a ser libres, el ansia de que un tercero les brinde seguridad y los releve de tomar decisiones. El auge de las teorías conspirativas tiene una explicación similar. Nadie comprende la época moderna debido a su complejidad y lo que estas teorías hacen es entregar una explicación al modo de las novelas de ficción: la explicación suena plausible, esclarece todos los enigmas y a nadie le importa que carezca de pruebas (de hecho, la ausencia de pruebas es la prueba reina de la conspiración).
Todo empieza en el interior. Hemos criado líderes que, al dedicarse a la política, se apartan del pueblo que gobiernan y se unen a un clan en el que siempre les va bien, porque se ayudan entre ellos y se cubren las espaldas. Lo mismo sucede con los gobernantes en el plano internacional; a eso lo llaman pomposamente “geopolítica”.
Por supuesto, siempre ha habido y sigue habiendo motivos para criticar las democracias, en general, y a EE UU, en particular. Pero gravitar hacia las autocracias es una enorme inconsistencia, pues estas multiplican y magnifican cualquier acto u omisión de los que se acuse a las democracias occidentales. Sería más congruente inclinarse hacia un régimen político y económico como el sueco o el danés. En cambio, más y más líderes se inclinan del lado de las autocracias. ¿No será que secretamente tienen vocación de autócratas?
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