13 de Septiembre de 2024 /
Actualizado hace 4 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

El camino del discurso civil

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Nicolás Parra Herrera

En las universidades estadounidenses los niveles de polarización, cancelación, autocensura e imposibilidad de tener conversaciones difíciles ha llegado a su punto de ebullición. La última baja fue la de la presidente de la Universidad de Columbia, Nemat Shafik, quien luego de estar 13 meses al mando de una de las universidades más prestigiosas del mundo, renunció en una carta en la que explicó que su periodo fue uno “de agitación donde ha sido difícil superar las opiniones divergentes en (su) comunidad”.

Este periodo fue marcado principalmente por los eventos de octubre 6 que intensificaron a niveles masivos el conflicto entre Israel y Palestina y las acusaciones en el Congreso de los Estados Unidos de que algunas universidades estaban condonando un discurso antisemita por proteger algunas manifestaciones en las protestas en favor de Palestina. Pero este periodo tiene otros elementos que han vuelto la situación más compleja.

En primer lugar, existe una cultura de cancelación en donde algunos profesores fueron desvinculados, estuvieron cerca de serlo o renunciaron a sus cargos por admitir ciertos debates en sus cursos como es el caso de la profesora conservadora Amy Wax de la Universidad de Pensilvania, cuyos comentarios discriminatorios intensificaron el debate sobre el alcance de la libertad académica.

En segundo lugar, existe un ambiente de autocensura en el que los estudiantes no se sienten cómodos a decir lo que piensan por miedo a la retaliación de quienes piensan distinto, como lo expresó públicamente la estudiante Emma Camp, quien aseguró querer ir a la universidad para debatir y salió autocensurada por el miedo de ser excluida y sancionada socialmente por sus compañeros si compartía lo que realmente pensaba. Su caso es uno entre miles. El 80 % de 37.000 estudiantes encuestados se autocensuran, según un estudio de College Pulse publicado en el 2021.

Finalmente, es un contexto de aprendizaje en el que una equivocación en la asignación del material de clase o una malinterpretación del mismo por parte de los estudiantes pueden significar el despido de un profesor, como le ocurrió a Bright Sheng, quien proyectó la representación de Othello (1965) de Laurence Olivier para explicar algunos puntos en el proceso de adaptación de textos literarios a la ópera, olvidando contextualizar las imágenes de la película y cómo esas podían ser interpretadas en la actualidad. Por ello, algunos estudiantes al ver el blackface en la película elevaron quejas a la administración. Las disculpas del profesor no fueron suficientes para evitar su desvinculación voluntaria de la Universidad de Michigan, donde había trabajado por varios años. En una entrevista en el 2021 publicada en New York Times, Sheng reiteró sus disculpas a los estudiantes y dijo que “se siente incómodo de vivir en una era donde las personas son capaces de destruir la carrera y reputación de otros con la denuncia pública”.

Actualmente, las universidades están invirtiendo recursos educativos y financieros para atacar el problema de la polarización, la autocensura y la cancelación y, sobre todo, fomentar el discurso civil dentro y fuera del aula de clase. Por ejemplo, el Safra Center for Ethics de la Universidad de Harvard está diseñando simulaciones e intervenciones pedagógicas para recuperar uno de los fines de las universidades: construir espacios para cultivar y afianzar nuestra capacidad para tener desacuerdos productivos, cuestionar nuestros prejuicios, intereses y aspiraciones y atrevernos a ver el mundo desde otro lugar. Al fin y al cabo, las universidades son espacios de intercambio intelectual y social para expandir el conocimiento y promover la comprensión. Duke University, por su parte, creó el Civil Discourse Project, para promover cursos y eventos que sirvan de modelo para cultivar las virtudes y capacidades para participar en un intercambio saludable entre diferencias. Y otras universidades como Texas A&M, Notre Dame, Ohio State y Arizona han desarrollado programas similares.

De estas iniciativas han salido cursos, compendio de reglas a seguir en conversaciones difíciles, lista de virtudes conversacionales, diseño de espacios deliberativos y casos de estudio. En otras columnas, profundizaré sobre ellas. Por ahora quiero dejar unas preguntas abiertas que considero relevantes en el contexto universitario actual, dado el cóctel de la polarización, autocensura y cancelación: ¿Cuál es el límite de la libertad académica? ¿Se puede enseñar a cultivar virtudes conversacionales? Y si se puede hacerlo, ¿debemos adoptar un enfoque de reglas, virtudes, diseños institucionales o una mezcla de las anteriores? ¿Cómo promover espacios de diálogos difíciles sin esterilizar las conversaciones, descontextualizarlas o instrumentalizarlas? ¿Qué deben hacer las universidades y sus financiadores cuando eventos políticos o sociales dividen su campus? ¿Es el discurso civil una ideología para preservar el orden y domesticar las conversaciones incómodas o una herramienta potente para vivir en la diferencia? No lo sé. Lo que sí sé es que toda respuesta, acción o silencio en torno a estas preguntas es una posición política con efectos reverberantes en la sociedad.

Hay una historia que ha circulado en los medios atribuida a Anthony Kapel Van Jones en la que una persona le dice a otra que hay dos espacios seguros en una universidad: una excelente idea y una pésima idea. Lo que hay en el medio es un campo minado. ¿Cómo crear espacios dentro y fuera de clase para transformar ese campo minado en una arenera de posibilidades para cultivar virtudes, cuestionar nuestras creencias y atrevernos a pensar con otros manteniendo el respeto, la humildad y la curiosidad sobre de dónde vienen las ideas de otros, por qué las tienen, qué buscan con esas ideas y en qué sentido pueden o no dialogar o integrarse con las nuestras?

El discurso civil es un camino para que los estudiantes pongan a prueba sus creencias con perspectivas que no comparten y lo hagan respetuosamente, escuchando a los otros y creyendo, por un instante, que en el intercambio pueden ser persuadidos o pueden comprender más o pueden entender que comprenden menos de lo que creían sobre un tema. El discurso civil también es una herramienta para que los profesores orquesten esos choques temperamentales entre los estudiantes con el fin de que dentro y fuera del aula broten dos tipos de conocimiento: aquel que nos permite comprender lo que vemos y aquel que nos permite ver que no comprendemos ­–o el conocimiento de la ignorancia–.  

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