¿A quién le interesa la salud?
Juan Manuel Camargo G.
El pasado 23 de mayo, la Comisión Séptima de la Cámara de Representantes aprobó en primer debate la reforma a la salud, iniciativa del gobierno Petro. Como lo dice Germán Vargas Lleras en su columna de El Tiempo, el Estado prestará el servicio, contratará, se auditará y será el pagador único. Él anticipa un “verdadero caos” y esa también es mi opinión.
Como este se llama el “gobierno del cambio”, y se dice que las nuevas generaciones quieren el cambio, me he sentado a meditar, con base en mi propia experiencia, a quién le interesa que Colombia tenga un buen sistema de salud pública.
Antes de 1993, la seguridad social solo cubría a una minoría, la salud pública era tan mala que uno temía recurrir a ella y la salud privada era costosa. Como consecuencia, los padres no llevaban regularmente sus hijos al médico o al odontólogo. Solo cuando se implantó el actual sistema de salud los padres pudieron adoptar la saludable rutina de llevar a sus hijos al pediatra o a urgencias al menor síntoma. Las parejas jóvenes, por tanto, las que quieren empezar a tener hijos, deberían pensar que, además de amor, también van a necesitar salud: para la gestante, para los bebés, para los infantes.
En esa época, mi abuela sufrió de cáncer, de artritis, del corazón y de diabetes. Mi abuela no trabajaba, mi mamá no trabajaba, los hijos estudiábamos y todos dependíamos del ingreso de mi papá (que, para colmo de males, era independiente). Todo lo que concernía a la salud era una pesada carga financiera: cirugías, drogas, terapias, consultas. Y, cuando teníamos que llevarla a la clínica, había que pagar la cuenta. Nada de cuotas moderadoras. La cuenta plena: doctores, anestesistas, cuarto, medicinas, enfermeras y análisis de laboratorio. Los que tengan abuelos también deberían preocuparse por nuestro sistema de salud.
Después de la Ley 100 de 1993, los hijos que ya trabajábamos afiliamos a nuestros padres a las EPS. A principio de los años dos mil, mi padre sufrió de disfunción renal, que lo obligó a someterse a tres sesiones de diálisis a la semana y que le causó incontables complicaciones de salud. Era una enfermedad de las que llaman ruinosas y la prepagada no cubrió el costo, porque se la atribuyó a condiciones preexistentes. Si no hubiera sido por las EPS, mi padre hubiera muerto muchos años antes y la familia habría quedado en la ruina. De modo que a las personas entre 30 y 40 años de edad también les interesa que haya un buen sistema de salud, porque serán sus padres los que lo necesiten.
¿Y qué decir de los que tenemos más de 50? Los achaques empiezan y las consultas a los médicos se hacen más frecuentes. No hay ningún adulto que no vea con perplejidad y temor lo que se fragua entre el Congreso y la Presidencia.
Es muy fácil entender que a todos nos interesa que Colombia tenga un buen sistema de salud. Por consiguiente, todos debemos preocuparnos por lo que ocurre en el Congreso. Habrá una élite a la que no le afecte ningún cambio: el presidente, ciertos políticos, los muy ricos. Todos los demás estamos en riesgo. Todos deberíamos documentarnos y dejar oír nuestra voz. Manifestémonos en las redes. Firmemos peticiones. Unámonos a marchas. El cambio no puede ser un cambio para peor. Sobre todo, no puede ser un cambio que ponga en peligro nuestras vidas.
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