No hay ninguna razón para confiar en los gobiernos
Juan Manuel Camargo G.
Yo creo que el mundo debe reflexionar seriamente sobre la poca capacidad (o disposición) que tienen los gobernantes para hacer el bien y la mucha capacidad (y disposición) que tienen para hacer el mal, solo que disfrazándolo con teorías, discursos y posiciones ideológicas.
Ejemplos hay los que se quiera, desde el brexit hasta la invasión de Ucrania. El hecho es que los gobiernos pueden perjudicar seriamente a los ciudadanos cuando emprenden reformas de gran calado o se lanzan de cabeza en campañas militares o experimentos económicos. En ese tipo de esfuerzos, poco importan los objetivos o las intenciones; lo que realmente valdría (y nunca se da) es el cálculo exacto y previo de las consecuencias. Pero el mundo es hoy tan complejo que muchas veces ese cálculo es imposible, porque hay tantas variables que el resultado final es impredecible. Boris Johnson pensaba que iba a salvar a su país con el brexit y convenció a la mitad más uno de sus habitantes con pancartas, buses, exageraciones y mentiras. Vladimir Putin pensó que iba a conquistar a Ucrania en dos días, y embarcó a su país en una guerra costosa, cruenta e inclemente, en la que han muerto cientos de miles de personas y arruinó la vida de millones más. Ambos casos tienen un elemento común, y es que los líderes actúan con ligereza, pero se creen grandiosos, sabios y geniales, cuando en realidad son estúpidos, obsesivos y sociópatas.
Tengo la firme convicción de que Colombia puede caer en una de esas catástrofes anunciadas, si el Gobierno del presidente Petro tiene éxito en su reforma la salud, que no es una reforma, sino un cambio extremo. Poco importan los discursos, los pretextos, las defensas y las idealizaciones en que se basan; son solo palabras. Las leyes mismas son solo palabras. Pero esas palabras generan consecuencias, y las consecuencias crean realidades, y son esas realidades las que se van apartando de los discursos y se vuelven autónomas. Está muy equivocado el presidente Petro si cree que puede prevenir, o al menos controlar, el desastre en el que se va a convertir el sistema de salud colombiano. Y, si insiste en la reforma, será un desalmado. Porque el Gobierno piensa en plata, mientras que lo que pone en juego es la salud y la vida de los colombianos. Cuando se trata de la salud y de la vida, nadie puede actuar si no es sobreseguro. Pero el Gobierno se va a lanzar al vacío y nos va a lanzar al vacío a todos con él.
Insisto en lo que dije arriba: hay propuestas tan complejas que no es posible valorar sus implicaciones, ni siquiera con los mejores estudios y largos años de planeación. La reforma a la salud es una de esas propuestas complejas, pero además aquí se quiere emprender sin los mejores estudios y sin años de planeación. Peor aún, se quiere emprender sin siquiera tiempos o mecanismos de transición. De no ser algo tan serio, se imaginaría uno al presidente Petro como un Harry Potter, y a la ministra Corcho como una Hermione Granger, agitando sus varitas y mezclando pociones, con la esperanza de que salga el sistema de salud perfecto. Pero eso no es posible. Una ley no es un encantamiento que produzca una realidad mágica. Una ley son solo palabras; palabras que las personas –incapaces, malvadas, codiciosas. superficiales e ineptas– van a torcer hasta crear un infierno.
Opina, Comenta