Las síntesis disyuntivas de Deleuze
Juan Manuel Camargo G.
Vivimos, y la vida nos parece caótica y arbitraria, pero siempre hay oculta una filosofía subyacente.
El concepto de nación que aún se enseña en las facultades de Derecho se basa en una ilusión caduca. Basta ver el diccionario de la RAE. Una nación, nos dice, es un “Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”. Sobra decirlo: ya los nacionales de cualquier país no tienen el mismo origen, no hablan el mismo idioma, no tienen tradiciones comunes. La historia (que no se estudia, se olvida y se tergiversa) ya no sirve de pegamento. Lo que se comparte es circunstancial: el territorio, una moneda, un gobierno (que la mayoría de las veces genera divisiones).
De esta forma, el concepto tradicional de nación está condenado, porque el concepto mismo de unidad ha sido dejado atrás. Nuestra cultura política, jurídica y filosófica concebía solo una unidad totalizadora, homogénea, indiferenciada y armónica. Ese enfoque tradicional inducía, hasta hace poco, a los grupos e individuos a negar, eliminar o, al menos, disimular sus diferencias. Pero el paso del tiempo desnudó las imperfecciones de los ideales a los que supuestamente debíamos atender, y las rarezas que debían avergonzarnos se volvieron entrañables.
Si no han oído hablar de Gilles Deleuze (1925–1995), vale la pena que lo lean. ¿Son ustedes de los que aún hablan de la dialéctica de Hegel? Líbrense de esa ingenuidad; estudien las “síntesis disyuntivas” de Deleuze. La síntesis de Hegel nacía de la eliminación de la tesis y la antítesis. La síntesis disyuntiva, en cambio, busca preservar las diferencias. Deleuze defendió un concepto de realidad múltiple, en el que todos los elementos tienen una igualdad ontológica, lo que obliga a que sus peculiaridades y multiplicidades sean respetadas. Ningún ser es íntegro y homogéneo, sino una reunión de partes que comparten un mismo plano de existencia, sin jerarquías ni oposiciones binarias. La unidad del ser no es pacífica, no es estática, tampoco soluciona los conflictos ni está libre de ellos. En un sentido tradicional, no es una unidad. Deleuze la llama univocidad.
Y la humanidad ha avanzado, sin saberlo, en el sentido que discernió Deleuze. En el mundo de hoy, lo común es insatisfactorio; lo que diferencia genera identidad y autoestima. Todo intento de unificación es una imposición. Por todos lados surgen distinciones que creíamos impensables. Los inmigrantes no renuncian a sus culturas, religiones o idioma. Se desafían las normas binarias de género y sexualidad. En las redes y plataformas sociales, las personas establecen conexiones y afiliaciones que se apartan de su tradición familiar, local y cultural. Incluso el arte nos divide. Ya no tenemos canciones comunes, películas que todos hemos visto, libros que todos hemos leído. Todo es de alcance limitado, todo es parte de un gueto, nada es “mainstream”.
Ese es el presente que debe afrontar el Derecho actual y es el presente para el cual el Derecho está mal preparado. El Derecho ya no es un solo conjunto de reglas aplicables a todos los casos y a todas las personas. La síntesis disyuntiva puede ayudarnos a superar la dicotomía entre el Derecho y la justicia; a permitirnos una comprensión más dinámica y flexible de la sociedad, y a repensar el Derecho como una ciencia concreta, libre de conceptos abstractos y universales, más apropiada para una realidad dinámica en permanente cambio.
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