La utopía del decrecimiento
Juan Manuel Camargo G.
Desde la publicación de Utopía de Tomás Moro (1516), las utopías han sido valiosas como crítica social. Su mayor propósito es imaginar mundos distintos, aunque desde hace un tiempo los autores son más bien pesimistas y, por eso, ahora son más comunes las distopías, es decir, las sociedades ficticias que son peores que la real.
La teoría del decrecimiento económico es una utopía que ha ganado alguna notoriedad con la publicación de libros como El capitalismo en el antropoceno, de Kohei Saito. La teoría postula que, si todos los países se volvieran comunistas, la economía podría decrecer sin que la gente se muriera de hambre, se producirían menos gases de efecto invernadero (GEI) y así se detendría el cambio climático.
Socialistas y comunistas nunca fueron verdes, pero hace poco se les ocurrió que podían achacar la crisis climática al capitalismo y, por tanto, se volvieron ambientalistas. Por eso, no defienden simplemente un decrecimiento económico (es decir, no abogan por él dentro del sistema capitalista), sino que insisten en que tenemos que adoptar un comunismo que no es muy distinto del comunismo ingenuo de la Utopía de Tomas Moro.
Si van al sitio web del Programa Ambiental de las Naciones Unidas (Unep.org/State of the climate), podrán ver las emisiones por país de GEI de 1970 al 2018. Ese recuento histórico me lleva a algunas conclusiones.
La primera es que hay varios países cuya producción de GEI ha disminuido con el tiempo. Es seguro que esos países han crecido económicamente, pero su producción de carbón se ha reducido. Esto prueba, al menos, que el decrecimiento económico no es la única vía para reducir la contaminación ambiental.
Una segunda conclusión es que varios países se las han arreglado para mejorar su huella de carbono sin abandonar el capitalismo. Alemania es el mejor ejemplo. En 1970 emitía 1.302 millones de toneladas de GEI y, en el 2018, emitió 873,6 millones, una reducción del 33 %. Eso me indica que no se necesita cambiar el capitalismo por el comunismo para salvar al planeta (aunque esto puede no significar nada para alguien cuyo objetivo primordial sea acabar con el capitalismo).
Otra conclusión es que los países objetivos de la teoría del decrecimiento económico no son los que desearían sus partidarios. La presa codiciada es EE UU, claro, que sigue siendo el segundo país que más GEI produce. Sin embargo, la producción de GEI de EE UU se ha mantenido más o menos estable desde 1970 al 2018, mientras que otros países han multiplicado en ese tiempo su producción de GEI. Si la teoría de decrecimiento fuera aplicada, tendríamos que convencer a China, India, Japón, Irán, México y Brasil, entre otros, que disminuyeran su actividad económica para beneficiar al medioambiente. Imagino que no están muy dispuestos.
Y la cuarta conclusión que puedo resaltar en tan breve espacio es que el decrecimiento económico de Colombia, por sí solo, no serviría de nada. Como ya se ha dicho hasta la saciedad, que Colombia deje de exportar petróleo no ayuda a nadie en el mundo y si perjudica a los colombianos. Algún otro país producirá lo que nosotros dejemos de producir (¿Venezuela? Venezuela ya contamina más que nosotros).
Sigamos formulando utopías, pero no cometamos el error de pensar que son recetas viables de cómo transformar la realidad. Tampoco olvidemos que los mundos perfectos de las utopías son todo menos perfectos y es muy fácil caer en la distopía.
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