Acabar con los políticos (II)
Juan Manuel Camargo G.
Siguiendo con el tema de la columna anterior, veamos otro ejemplo en el que ciudadanos elegidos al azar opinaron sobre un tema concreto, polémico e importante. La oportunidad surgió en el 2017, en Corea del Sur, cuando el presidente de ese país recurrió a un grupo de ciudadanos para validar su decisión de interrumpir la construcción de dos plantas de energía nuclear en Busan. La decisión había sido tomada alegando razones de seguridad, pero fue cuestionada porque la construcción estaba avanzada y su interrupción generaba pérdidas, tanto al Estado como a la comunidad. Para ayudarlo a decidir, el presidente convocó una audiencia de ciudadanos. El universo de ciudadanos coreanos registrados fue estratificado por región, género y grupo de edad y se creó al azar una muestra inicial de 20.000 personas, que representaban proporcionalmente esos estratos. Unas 6.000 personas expresaron interés en participar en las deliberaciones, y de ellas se seleccionó, también al azar, el grupo final de 500 personas.
Estas 500 personas (los legisladores ad hoc) deliberaron 33 días. En ese tiempo, se les entregó material de estudio, asistieron a sesiones de preguntas y respuestas y participaron en foros. A la postre, el 59,5 % de los participantes apoyó la reanudación de la construcción de las plantas. Aunque la decisión no tenía el valor de una decisión legislativa vinculante, el presidente Moon aceptó el veredicto, revocó su decisión anterior y el 22 de octubre del 2017 anunció la reanudación de la construcción de Shin-Kori 5 y 6 (que empezarán a funcionar entre este año y el próximo).
Estos experimentos son osados, generan dudas, pero también prometen ventajas. Mencionemos algunas:
Un grupo de ciudadanos es sobornable, pero, como su actuación es esporádica y eventual, no están en el poder el tiempo suficiente para que todos sean sobornados. Por supuesto, también hay ciudadanos incorruptibles y se pueden establecer con mayor facilidad mecanismos efectivos para verificar súbitos aumentos de riqueza, antes y después de su desempeño como legislador ad hoc.
Una de las formas más frecuentes de sobornos a los políticos es la repartición de puestos políticos. Los grupos de legisladores ad hoc no tienen clientela.
Los legisladores ad hoc tienen que vivir con las consecuencias de sus decisiones. No siempre sucede así con los congresistas regulares. Un político puede, por ejemplo, votar a favor de una mala reforma a la salud, si piensa que, debido a su posición, él y sus allegados siempre van a tener una atención preferencial. En cambio, el legislador ad hoc sabe que, acabada la tarea, volverá a ser un ciudadano común y corriente, y no podrá aspirar a que se le trate mejor que a otros. Por consiguiente, será de su interés hacer lo posible por aprobar buenos proyectos (como siempre, errar es humano).
Así crean que estas ideas son irrazonables o utópicas, vale la pena meditar en ellas. Por un lado, están siendo puestas a prueba en la realidad. Por otra parte, a grandes males, grandes remedios. Quizás crecimos con la idea de que las leyes son redactadas por legisladores juiciosos, estudiosos y sabios, pero ya sabemos que no es así, y lo contrario es más probable. El hecho de que se dediquen profesionalmente a ello no es motivo de confianza, sino, una vez más, de lo contrario. Los ciudadanos de a pie no somos tampoco tan ignorantes y faltos de ingenio como nos querían hacer creer. Estoy seguro de que cualquiera que esté leyendo esta columna sería un buen legislador. Y, aquí entre nos, ¿no les gustaría probarlo?
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