Ámbito del Lector
La eurozona: del centralismo al estancamiento*
06 de Agosto de 2012
En 1998, un año antes del lanzamiento oficial del euro, Tony Blair, el entonces Primer Ministro británico, declaró que la moneda única le traería a Europa “altos niveles de empleo,” “estabilidad y crecimiento”.
En el 2001, el Consejo Europeo proclamaba que el euro representaba un “polo de estabilidad,” pues protegía a los países de la especulación y les brindaba un “crecimiento sostenible”.
Según los proponentes de la moneda única, sus ventajas iban más allá de la prosperidad económica: el euro lograría extinguir los rescoldos del viejo nacionalismo. Según el excanciller alemán Helmut Kohl, el euro garantizaría la paz del Viejo Continente.
Tales eran las visiones optimistas, o más bien fantasiosas, de la “nueva era” que la moneda única inauguraría en Europa, una respuesta al “sueño americano” esbozada por la clase cortesana multinacional y políglota que logró colonizar Bruselas.
Afirmar que las predicciones de Blair, Kohl y, en general, de la élite política europea fueron desacertadas sería quedarse corto.
Una terrible depresión se extiende a través de Europa meridional. El desempleo en Grecia es del 22,5 % y en España del 24 %. Entre jóvenes menores de 25 años ha llegado a niveles mayores del 50 % en ambos países, cuyas exportaciones han caído en declive, excepto las de imágenes de batallas entre manifestantes y fuerza pública.
Y esto es solo un reflejo de un malestar mayor. Según el representante británico al Parlamento Europeo Daniel Hannan, la porción europea del PIB mundial en el 2020 será del 15 %, mientras que en 1974 era del 36 %.
Una creciente irrelevancia en el mundo, sin embargo, no ha menguado el incremento de la burocracia: la Cancillería de la UE emplea a 7.000 diplomáticos en 130 embajadas, pero una política exterior común europea es una quimera. Durante la crisis libia del 2011, Francia y Gran Bretaña apoyaron activamente a los rebeldes, mientras Alemania y Rusia se rehusaron a actuar contra Gaddafi.
En cuanto a la supuesta nueva armonía, la crisis ha revivido animosidades que se consideraban sepultadas. Hoy, no es raro que la prensa amarillista alemana insista que Grecia venda sus islas para pagarle sus deudas a Berlín, mientras que, en Grecia, se publican caricaturas de Angela Merkel con uniforme de la SS y políticos destacados comparan la situación actual con la ocupación nazi.
¿Cómo llegó Europa a tal grado de retroceso? Según José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea, “las prácticas no ortodoxas” del mercado financiero norteamericano son responsables.
Esta interpretación ignora las decisiones que, basadas en nociones utópicas, condujeron a la crisis y que ahora impiden una solución pragmática y pronta.
En 1990, Margaret Thatcher advirtió que la introducción de una moneda única era en realidad “una Europa federal (introducida) por la puerta trasera”.
Thatcher percibió que la unión monetaria significaba la transferencia de poder desde los parlamentos nacionales a entes no electos como la Comisión Europea. El incremento del poder central de Bruselas significaría una gradual erosión de la democracia, en un momento en el cual Europa oriental buscaba dejar atrás el opresivo sistema soviético de nula democracia y absoluto centralismo.
Thatcher le advirtió a su sucesor, John Major, que la moneda única en un territorio con grandes desequilibrios de producción terminaría “devastando las economías ineficientes¨ de los países más pobres. Esto llevaría a “enormes transferencias de dinero de un país a otro”, razón por la cual las naciones pobres apoyaban la creación del euro sin reservas.
Tildada de reaccionaria y xenófoba, Thatcher fue derrocada del poder por su propio partido, en gran parte por su posición frente a la moneda única. La historia, sin embargo, le ha dado la razón.
Los países del sur de Europa tienen una necesidad urgente de independencia fiscal y de poder devaluar una moneda propia, pero están encadenados al euro, atrapados dentro de lo que William Hague llamó “el equivalente económico de un edificio sin salidas consumido por las llamas”.
Hasta ahora, las soluciones de la élite europea no empiezan a arañar la superficie del problema fundamental.
Como ha dicho el presidente checo Vaclav Klaus, un Estado europeo democrático es imposible porque “no hay un solo demos europeo”.
Daniel Raisbeck
Profesor de Relaciones Internacionales Universidad del Rosario
*Texto resumido
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