Mirada Global
Petróleo y potencia
Daniel Raisbeck
Al perder cerca de un 35 % de su valor desde el inicio del año, los precios del petróleo se encuentran deprimidos. Según un punto de vista, dicha condición es permanente. Michael Grubb, profesor de la University College de Londres, auguró en abril que el precio del petróleo según la referencia West Texas Intermediate (WTI) nunca más sobrepasaría un rango de entre 30 a 40 dólares por barril durante periodos prolongados.
Grubb menciona la revolución del petróleo de esquisto en EE UU, la cual amenazó a los grandes productores tradicionales y desató una reacción extrema. Al final de marzo, cuando expiró un acuerdo entre la OPEP y sus aliados que regulaba la producción de crudo y estabilizaba los precios, Arabia Saudita y Rusia decidieron inundar el mercado con petróleo.
A ambos países les convenía una reducción drástica de los precios para perjudicar a los productores norteamericanos e idealmente dejarlos en quiebra. Según el autor Anders Aslund, del Atlantic Council, Vladimir Putin calculaba que Arabia Saudita también saldría quebrantada, dados sus déficits presupuestarios y sus reducidas reservas de moneda extranjera.
El repentino y masivo exceso de la oferta de petróleo coincidió con el desplome de la demanda por causa del coronavirus y las cuarentenas extendidas a través del mundo. Rusia, Arabia Saudita y EE UU llegaron a un acuerdo para recortar la oferta en abril, justo cuando el precio del WTI se acercaba a cero. El 20 de abril, la fecha anterior al vencimiento de los contratos de futuros para el mes de mayo, los corredores de dichos contratos, quienes no están equipados para recibir barriles de petróleo, debieron vender rápidamente a los pocos compradores que aún tenían capacidad de almacenamiento en Cushing (Oklahoma) la llamada “intersección global de oleoductos” de WTI.
Como escribe Business Insider, “los depósitos estaban en capacidades máximas y la demanda era baja, así que pocos compradores querían las entregas. Los corredores debieron pagarles para que recibieran el petróleo”. En un suceso nunca antes visto, los precios se volvieron negativos. A las 2:29 p. m., un contrato se intercambió por el mínimo histórico de –40,32 dólares por barril.
Desde entonces, el precio del WTI se ha estabilizado. Inclusive sobrepasó por poco los 40 dólares por barril, nivel impensable según Grubb, quien, no obstante, considera que la pandemia golpeó la demanda por el petróleo en el largo plazo. Por un lado, argumenta, el mundo virtual de Zoom y las videoconferencias reemplazó al viejo modelo de las aerolíneas y el contacto físico de manera irreversible.
A la vez, escribe Grubb, los efectos sicológicos del covid-19 aceleraron la tendencia ambientalista a favor de los vehículos eléctricos y de la energía solar y eólica. En dichas industrias, los costos de producción se han reducido drásticamente en los últimos años. La conclusión es que la velocidad de la actual revolución verde ha dejado al petróleo al borde de la obsolescencia.
No obstante, hay quien no solo se permite disentir, sino que también respalda su posición contra mundum con grandes sumas de dinero. Los gestores del fondo Goehring & Rozencwajg, por ejemplo, creen que, hoy, el petróleo es lo que fueron los bonos y las acciones al final de los setenta o lo que fue el oro justo antes del inicio de este milenio: clases de activos que los expertos y la prensa financiera descartaban como moribundas justo antes de que su valor creciera de forma exponencial.
En primer lugar, argumentan, los mercados emergentes mantendrán una creciente demanda de petróleo durante los próximos años. Segundo, los vehículos eléctricos no penetrarán los mercados de una manera tan masiva ni tan rápida como se asume, “por la misma razón que no todos volamos a Europa en el Concorde: la eficiencia energética”. Por último, la oferta enfrentará una serie de obstáculos considerables, empezando por una ya visible reducción en la productividad del fracking en EE UU.
Según esta perspectiva, el petróleo simplemente se encuentra en el punto bajo del recurrente ciclo del valor de las materias primas, y seguramente seguirá la trayectoria alcista del oro más temprano que tarde. De ser correcta, dicha tesis tendría un impacto significante en América Latina.
Para empezar, un nuevo auge petrolero fortalecería una vez más al régimen venezolano. No hay que olvidar que, aunque los controles de precio y otras políticas socialistas de Hugo Chávez garantizaron un colapso económico en Venezuela, el boom petrolero de la década del 2000 ocultó los efectos perversos durante largos años. En términos de la longevidad dictatorial, es posible que Nicolás Maduro haya superado la más difícil prueba al sobrevivir la presidencia de Donald Trump, cuya presión contra el chavismo fue constante.
En otras regiones se discute la posibilidad de unos años veinte dorados gracias a las nuevas vacunas contra el covid-19; en Latinoamérica, no se puede descartar una nueva ofensiva del expansionismo “neo-bolivariano”.
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