Mirada Global
La ciencia y la política
Daniel Raisbeck
A través del mundo, numerosos políticos que ejercen cargos ejecutivos han justificado sus medidas draconianas contra el covid-19 -entre ellas las cuarentenas generales y la suspensión de las libertades ciudadanas más básicas- al acudir al venerable juicio de los científicos y, en especial, de ciertos epidemiólogos. Con dicho enfoque, sin embargo, han atropellado los fundamentos de la ciencia moderna.
Lejos de consistir en una serie de dictámenes incuestionables que emite alguna eminencia omnisciente, el avance de la ciencia -desde la Ilustración en adelante- depende del cuestionamiento constante de las teorías aceptadas. Para ello es fundamental un flujo permanente de preguntas que examinen o pongan en duda el conocimiento establecido, todo con el fin de formar nuevas hipótesis que, de por sí, serán puestas a la prueba vía experimentos, recolección de datos y críticas independientes.
Según lo anterior, ninguna idea científica es inmune a una refutación. En palabras del biólogo inglés Thomas Huxley (1825-1895), “la gran tragedia de la ciencia es que una hermosa teoría sucumbe ante un hecho desagradable”. En especial, la perpetua condición irresuelta de la ciencia revela la falibilidad de los científicos. Es más, el físico estadounidense Richard Feynman, ganador del Premio Nobel en 1965, definió la ciencia como “la creencia en la ignorancia de los expertos”.
Hoy, sin embargo, políticos tan variopintos como Boris Johnson, en Gran Bretaña, y Claudia López, en Bogotá, dicen haber implementado sus cuarentenas sobre la base del conocimiento científico. Como tal, insinúan que la ciencia equivale a dictaminar más que a cuestionar. De hecho, tomar decisiones políticas “según la ciencia” conduce al inmediato problema resumido en la pregunta: ¿según la ciencia de quién?
Tomemos el ejemplo de Reino Unido, donde el epidemiólogo Neil Ferguson, profesor del Imperial College de Londres, presentó un polémico modelo matemático. Según sus cálculos, el covid-19 abrumaría el sistema de salud y mataría a 500.000 británicos, a menos de que el gobierno, cuyas medidas se limitaban a la prevención, ordenara una cuarentena total. Como resultado, el Primer Ministro cambió drásticamente el rumbo e impuso un encierre masivo a partir del 23 de marzo.
No obstante, varios epidemiólogos han cuestionado el modelo de Ferguson. Quizá el más prominente es Johan Giesecke, antiguo jefe científico del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades y actual consejero tanto del gobierno de Suecia como de la Organización Mundial de la Salud. Según Giesecke, ningún gobierno debe formular políticas públicas según los resultados de modelos que, como el de Ferguson, no han sido publicados en revistas científicas y, como tal, no han sido sujetos a una evaluación de pares.
Además, Giesecke considera que el modelo de Ferguson “no es muy bueno”, porque parte de conjeturas “debatibles”, entre ellas la capacidad invariable de atender pacientes en cuidados intensivos, nivel que Suecia y otros países han incrementado desde el inicio de la epidemia. Los cálculos de Ferguson, argumenta Giesecke, son excesivamente pesimistas, pues asumen que la tasa de mortalidad es mucho mayor que la que parece tener el covid-19 según los últimos estudios serológicos (aproximadamente el 0,1 % de acuerdo con sus cálculos).
En cuanto a las medidas preventivas que ha tomado el gobierno de Suecia, donde permanecen abiertos los colegios para menores de 16 años al igual que los bares y restaurantes, Giesecke cita un estudio que sugiere que, el pasado 29 de abril, entre el 20 % y el 25 % de la población de Estocolomo -más de 500.000 personas- ya había sido infectada con el virus. “Entre el 98 % y el 99 % de ellos probablemente no son conscientes de haber tenido la enfermedad”, ya sea por ser asintomáticos o por haber experimentado síntomas muy ligeros.
En cuanto a su carácter contagioso, Giesecke describe el covid-19 como “un tsunami que avanza a través de Europa”. Agrega, sin embargo, que como enfermedad es “bastante leve”. Aunque aclara que hay que proteger a los ancianos y otros grupos vulnerables, afirma que no hay evidencia que demuestre que las cuarentenas o el cierre de los colegios e inclusive de las fronteras mitiguen los efectos del virus.
Además, Giesecke advierte que, en los demás países escandinavos, la apertura tras la cuarentena causará un nivel de muertes que Suecia ya experimentó. En un año, sugiere, las cifras de todos los países serán similares muy a pesar de las diversas medidas de distintos gobiernos.
En términos políticos, es un sinsentido evidente gobernar “según la ciencia”, porque esta incluye tesis tan opuestas como las de Ferguson y las de Giesecke. Solo el tiempo -y el cuestionamiento racional permanente- determinará cuál teoría se asemeja más a la verdad.
Mientras tanto, los gobernantes deben tomar decisiones netamente políticas que consideren aspectos de ciencias como la epidemiología, pero también los devastadores efectos económicos, mentales y de salud pública que trae una parálisis forzada del aparato productivo.
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