Corte y Recorte
Enrique Gaviria Liévano
Oscar Alarcón Núñez
No estaba en sus proyectos dejarnos tan pronto. Enrique Gaviria Liévano se fue sin despedirse en medio de esta pandemia que no tiene cuándo concluir. Hace un par de meses, me llamó a comentarme el fallecimiento de su amigo y compañero en la Universidad Libre, Mario Torres Valderrama. Lo lamentó mucho a pesar de que con los años su estado de salud se había venido disminuyendo. Falleció y solo después de la muerte de Mario se logró determinar que el coronavirus había acelerado su deceso. Lamentablemente, a los pocos días, su esposa, Peggi, fue hospitalizada, internada en cuidados intensivos y tuvo la misma suerte.
- Hay que cuidarse. Así acaben la restricción, yo no me atrevo a salir. Nada de restaurantes. Sigo en mi casa –me comentó con esa voz de quienes desean vivir muchos días más.
Gaviria fue un abogado estudioso, internacionalista, catedrático que le había servido al país en misiones internacionales. Estaba retirado del ejercicio profesional, pero de vez en cuando opinaba en los medios para sentar una posición liberal, como todas las suyas, y como lo hizo recientemente para criticar en Semana la actitud del gobierno de haber burlado al Congreso para el tránsito de norteamericanos en nuestro territorio.
Fue una autoridad en materia de derecho internacional, tanto que estudió y mucho escribió sobre nuestra soberanía en las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Sin embargo, sostenía que en materia de derecho del mar existe un vacío jurídico por estar esos indiscutibles territorios colombianos más distantes de Cartagena que de cualquier otro punto del Caribe. ¿Cómo definir, se preguntaba Gaviria, la extensión a que tienen derecho esas posesiones sobre el mar territorial, plataforma submarina y zona económica exclusiva? Proponía una línea de base, con razonable distancia, que debía ser una línea recta, como se pone en práctica en impases semejantes.
Novedosa propuesta que pondría fin a conflictos fronterizos entre Estados dueños de áreas marinas, tanto que el presidente López Michelsen sostuvo que de adoptarse esa tesis sería la primera vez que el apellido de un colombiano ostentaría el nombre de una doctrina internacional y se pudiera hablar con orgullo de la “doctrina Gaviria”. Por algo, anota Daniel Samper Pizano, le quedaron debiendo la Cancillería.
Se nos fue Gaviria, con su experiencia y sabiduría. Dejó a su eterna compañera, Inés Elvira, a sus hijos, a sus muchos amigos y discípulos. En el más allá debe estar con Mario Torres hablando de las elecciones norteamericanas, del país y del Partido Liberal.
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