Pensamiento e intuición
Antonio Vélez
Mirados desde las ciencias cognitivas, los cerebros son máquinas que procesan información por medio del mentalés (nombre acuñado por Steven Pinker) o “esperanto” de la mente, un lenguaje interior y universal en el que se lleva a cabo el pensamiento, proceso transparente para la razón consciente, efectivo unas veces, ineficiente, otras. Pero compacto, una especie de lenguaje en el “formato MP3” de la mente. Cuando se recibe información del mundo, interno o externo, o cuando se recibe un mensaje de un compañero, el cerebro, sin que lo advierta, hace la traducción correspondiente al mentalés. Todo indica que este lenguaje interior crece y se desarrolla; luego, con la edad comienza a degenerarse y a empobrecerse al envejecer la red neuronal, o si se sufre una embolia cerebral o un accidente neurológico. El lenguaje interno del hombre iletrado es muy pobre, y en el mío no existen el griego ni el chino. Agreguemos que la memoria, compañera inseparable del pensamiento y soporte del mentalés, se degrada espontáneamente, pues su entropía aumenta, fiel a la inexorable segunda ley de la termodinámica.
El pensamiento simula la realidad en la mente, para que perezcan las ideas y no nosotros, como decía un biólogo. En el mundo virtual del cerebro se simula la realidad con el fin importantísimo de predecir. Aparece la creatividad: resolver un problema, perfeccionar un dispositivo, mejorar la forma de ejecutar una tarea, inventar una historia, crear una melodía. El pensamiento hilvana, mezcla soluciones, inventa elementos y relaciones, busca analogías y se inspira en ellas, modifica lo existente y le impone nuevas funciones, conecta lo que está separado, desordena y crea nuevos órdenes, conecta y forma simbiosis apropiadas, introduce injertos (bricolaje)...
Digamos que el pensamiento, en esencia, no es más que una forma de navegar por esa base de datos que llamamos “mundo interior”. Puede ser pasivo, como recordar un amigo o una fecha; o activo, como inventar novedades. Sobre el mapa cognitivo se descubren relaciones, se calcula, se compara, se evalúa y se elige.
Cuando sin mediar cálculos mentales damos las respuestas que brotan de manera espontánea, decimos que hemos utilizado la intuición o sentido común (para Einstein, el sentido común no era más que el conjunto de prejuicios depositados en la mente antes de cumplir los 18 años). En realidad, son cálculos que el cerebro ejecuta de manera subconsciente e instantánea, travesías del pensamiento que utilizan rutinas específicas de cálculo y que no pasan por la razón consciente, rutinas de claro origen animal. Con frecuencia acertamos, pero no es raro que nos equivoquemos, y en materia grave. La intuición se alía con la experiencia para disponer de soluciones listas para usar: máxima economía del pensamiento.
El físico Jorge Wagensberg dice: “La intuición es conocimiento revelado por la propia mente, una mente que se nutre con cada nueva percepción”. Y el sicólogo Thomas Goschke respondió así a quien le preguntó por el significado de la palabra intuición: “Dentro de su vaguedad, el concepto suele abarcar todas las formas posibles de inspiración espontánea. Ya se trate de una decisión electoral, de la solución a un problema de lógica, o de cualquier presentimiento. La intuición es la capacidad de emitir juicios sin ser conscientes de las informaciones en que estos se basan. Las intuiciones no caen del cielo: son el resultado de una elaboración inconsciente de la información, que se manifiesta a través de un sentimiento en apariencia espontáneo”.
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