26 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 43 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Al Margen

Lecciones de una batalla

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Juan Manuel Camargo

 

En abril del 2020, el primer ministro de Australia, Scott Morrison, anunció en una entrevista que Australia presionaría por una investigación internacional independiente sobre las causas del brote del covid-19. No parecía una declaración muy grave, y ciertamente no acusó de nada al gobierno de China, pero este reaccionó con virulencia y casi de inmediato empezó un bloqueo comercial a las importaciones australianas. En mayo, suspendió las importaciones de carne provenientes de cuatro plantas de este país, citando requerimientos de salubridad. A ello siguieron restricciones o derechos antidumping a diversos productos originarios de Australia: cebada, carbón, cobre, algodón, gas, langosta, azúcar, madera, trigo, vino, lana... Para colmo de males, las medidas fueron intempestivas. Más de 70 barcos cargados de carbón australiano quedaron varados por meses fuera de los puertos chinos, después de que, sin previo aviso, se les prohibiera atracar. ¿La razón esgrimida? Que el carbón australiano no cumplía los estándares ambientales de China.

 

China tenía razones de peso para creer que podía dañar a la economía de Australia. Entre el 2018 y el 2019, este país exportó a China 153,2 millardos de dólares australianos (AUD): un 32,6 % del total de sus exportaciones en ese periodo. Su segundo cliente era Japón, pero bastante lejos (AUD 61,7 millardos), y el tercero, Corea del Sur (AUD 27,8 millardos) (fuente: www.dfat.gov.au).

 

Por fortuna para Australia, sus exportaciones se componen principalmente de materias primas codiciadas, por lo que fue capaz de redireccionarlas a otros países. Por ejemplo, la veda de carbón de Australia hizo que China aumentara las importaciones de Rusia e Indonesia, pero eso causó que estos países tuvieran menos carbón para vender a algunos clientes tradicionales, como Japón y Corea del Sur, que entonces recurrieron a Australia. Cargamentos de cebada fueron enviados a Arabia Saudita; el cobre se redireccionó a Europa y a Asia; el algodón, a Bangladesh y a Vietnam. 

 

A la larga, China descubrió que necesitaba el carbón de Australia más de lo que creía. Su producción industrial (y sus exportaciones) estaban en auge; el carbón que compró a terceros países es significativamente más caro, y además el invierno fue especialmente duro. Todo ello llevó a una crisis energética sin precedentes y apagones generalizados. Finalmente, sin mucho bombo, China acabó por levantar el veto sobre las importaciones de carbón de Australia, pero los derechos antidumping y suspensiones se mantienen sobre una amplia variedad de bienes.

 

China y Australia tienen un tratado de libre comercio desde el 2015, de modo que esta disputa ya llegó a la Organización Mundial del Comercio, aunque no se espera una decisión pronta. Varios medios quieren pintar el ataque chino como un fracaso o, cuando menos, una victoria pírrica. En el periodo 2019-2020, China siguió siendo el principal destino de las exportaciones de Australia, y el monto, incluso, se incrementó, hasta los AUD 167,6 millardos (un 35,3 % del total). A pesar de ello, no hay muchos motivos para celebrar. China es un socio comercial demasiado importante para cualquier país, y este episodio le sirve para amedrentar. Ya demostró que está dispuesto a tomar medidas económicas repentinas y de mayor calado en respuesta a declaraciones verbales de un mandatario extranjero, por lo que un país lo pensará dos veces antes de criticar a China. Aunque cabe admirar la resistencia de Australia, son pocos los países que pueden repetir su hazaña.

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