Las habilidades del abogado del futuro
Nicolás Parra Herrera
@nicolasparrah
En el 2018, el Testing Task Force de la Conferencia Nacional de Evaluadores para los Exámenes de Abogados en los Estados Unidos inició su investigación, que duraría tres años, para identificar qué conocimiento y habilidades demanda el mundo contemporáneo para los futuros abogados. El fin de esta investigación no es otro que modificar los exámenes de estado de habilitación para ejercer la práctica jurídica en EE UU.
La metodología consistió en escuchar y dialogar con cerca de 400 grupos de interés, incluyendo a la academia jurídica, gremios de abogados y funcionarios públicos y judiciales para deliberar cómo debería ser el examen de habilitación profesional. Luego, encuestaron a cerca de 15.000 abogados practicantes para entender qué conocimientos teóricos y prácticas eran útiles en su vida profesional. Y, finalmente, trabajaron colaborativamente con profesores y evaluadores de los exámenes de los distintos estados para analizar esos datos e imaginar cómo podría llegar a ser el nuevo contenido del examen.
Si bien las conclusiones del informe, publicado en el 2021, son específicas al contexto jurídico estadounidense, sus recomendaciones, creo, son extensibles a otras jurisdicciones, como la colombiana. Principalmente, sugirieron que el propósito del examen –el examen de la barra, como se le conoce– es “proteger al público al ayudar a asegurar que aquellas personas recién licenciadas posean el conocimiento y las habilidades mínimas para llevar a cabo las actividades requeridas por un abogado primíparo”. Pienso que este fin es, sin duda, aplicable para cualquier examen estatal de acreditación de abogados.
Pero, además del propósito loable y la estructura democrática del proceso para definir qué debe saber y hacer un abogado recién graduado para proteger al público de prácticas deficientes o negligentes, lo que más me llamó la atención del reporte fue la necesidad de acentuar el énfasis y la necesidad de evaluar las habilidades jurídicas y no solo conocimientos sustantivos. Así, en lugar de exigir más conocimiento sobre contratos, procedimiento civil, torts (responsabilidad civil extracontractual) o propiedad, lo que argumentaban los grupos de interés entrevistados es que el examen debía incorporar la medición de habilidades básicas que todo abogado debe adquirir y cultivar a lo largo de su ejercicio profesional.
De acuerdo con el informe, por ejemplo (y espero que esto no suene a una receta de cocina), se debe enseñar en la carrera de Derecho a escribir (de manera clara, corta y efectiva, añadiría yo); leer (lo que supone tener buena comprensión de lectura, pero también a leer situaciones y personas); afinar el pensamiento analítico y crítico (esto es, utilizar la lógica y la capacidad de formular preguntas para aproximarse a los problemas desde varias perspectivas); integridad y honestidad (que es otra forma de decir que la ética, la filosofía moral y el desarrollo de virtudes son fundamentales para el “buen” abogado); liderar (una palabra que está en boca de todo el mundo, pero una asignatura que pocas facultades de Derecho enseñan en su pénsum), y, finalmente, habilidades de negociación y de resolución de conflictos (lo que incluye, claro, expandir la creatividad e imaginación, aprender a articular desacuerdos de manera pacífica y a afinar el juicio práctico). Quiero detenerme en esta última.
Las habilidades de negociación y resolución de controversias no solo fueron uno de los siete núcleos de habilidades que recomendó el comité de expertos del Task Force, sino también el área a la que sugirieron asignarle cerca del 12 % de peso en la totalidad del examen. Otro de los puntos llamativos es que esta área fue considerada como una de las 11 áreas de conocimiento para ser evaluadas por el examen y, junto con técnicas de investigación jurídica y otras metodologías, la única que proponen que sea evaluada según la adquisición de habilidades y no según conocimientos sustantivos.
Una forma diferente de decir lo anterior es que la negociación y las habilidades de resolución de conflictos son, por un lado, cualidades que demanda la práctica en el sector público y privado. Por otro lado, son habilidades, como lo sugiere el reporte, que deberán tener los abogados del futuro no solo porque el mercado así lo pide, sino porque las sociedades y las comunidades se beneficiarán de tener abogados que, en lugar de intensificar los conflictos, los administren y resuelvan efectivamente. Para esto, los profesores y las facultades de Derecho debemos darnos cuenta de que el futuro de la educación jurídica no se reduce a saber de algoritmos, blockchain, contratos inteligentes y moderación de contenidos en línea. No es que eso no sea importante, porque lo es. Pero la moda de pensar que el futuro solo está en la tecnología es olvidar que los cambios tecnológicos han existido desde el origen de la profesión. Quizás debemos reimaginar el pénsum para que el abogado del futuro tenga las habilidades para tener conversaciones difíciles, navegar desacuerdos, administrar la temperatura de los conflictos y brindarles a sus clientes un bufete de opciones que incluyan formas colaborativas para resolver sus conflictos individuales y colectivos a los que nos vemos enfrentados cuando existimos y rozamos con otros mientras andamos de la cuna a la tumba.
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