Física y movimiento
Antonio Vélez
La prueba divina de levitación, ese permanecer suspendido en el aire desafiando la gravedad, y sin hilos invisibles, es un milagro que los colibríes vienen realizando desde épocas remotas, habilidad que les permite aprovisionarse del néctar sin rozar siquiera el pétalo de la flor.
Los peces y los mamíferos acuáticos han utilizado las leyes de la hidrodinámica para modelar sus formas y hacer óptimo el desplazamiento dentro del agua. El delfín, por ejemplo, con su piel de doble capa: una externa, delgada y flexible, y una interna, esponjosa, gruesa y muy deformable, ha descubierto la manera perfecta de moverse a alta velocidad en un fluido sin producir la menor turbulencia y, en consecuencia, con un gasto mínimo de energía. Los ingenieros no han podido imitar las virtudes del delfín, pero sueñan con hacerlo para diseñar los submarinos del futuro.
Doscientos millones de años antes del nacimiento de Jesucristo, el zapatero o chinche de agua caminaba y corría sobre las olas, aprovechando para su milagro la película elástica creada por las fuerzas de atracción entre las moléculas de agua, también llamada tensión superficial. El insecto es liviano y cada una de sus extremidades está rematada por finos cepillos, compuestos por pelos delgados, recubiertos de un material hidrófugo que impide que se humedezcan, y de esa manera evitan que se rompa la película superficial de agua.
Los basiliscos, también llamados lagartos Jesús, son famosos por sus caminatas sobre el agua. La técnica que utilizan es simple: golpear el agua con las patas traseras a una velocidad altísima. Una persona de 80 kilogramos de peso que quisiese imitar al basilisco tendría que correr a más de 100 kilómetros por hora, en otras palabras, un milagro.
Las palomas mensajeras se han especializado, al igual que las abejas, en navegar orientadas por medio de la dirección del movimiento aparente del sol. Pero han ido un poco más lejos: cuando el cielo está encapotado, o cuando realizan vuelos nocturnos y el sol no está disponible, la dirección del campo magnético terrestre, para el cual tienen sensores especiales, les ilumina el camino de regreso a sus palomares. Y ese mismo campo magnético es el responsable directo de que las tortugas verdes de Brasil puedan llegar cada año a las mismas islas de desove, después de nadar más de 3.500 kilómetros en mar abierto.
Durante muchísimos años, los hombres del pasado intentaron, sin ningún éxito, construir una máquina capaz de moverse en forma perpetua sin necesidad de alimentarle energía desde el exterior. La máquina perfecta es por desgracia imposible desde el punto de vista de la física, pues contradice las leyes básicas de la termodinámica. En el mundo animal también se ha intentado utilizar la misma idea, y es un ave el ser que más se ha acercado a ese imposible ideal. En efecto, algún anónimo antepasado del albatros diomedes realizó un descubrimiento más que sensacional: cómo viajar gratis –sin ningún costo energético–, empujado apenas –exagerando muy poco– por el murmullo de las olas. Una forma de desplazamiento que nos recuerda al hovercraft o aerodeslizador. Como se sabe, este vehículo viaja muy pegado al suelo (también puede ser la superficie del agua), soliviado apenas por la respiración de poderosos ventiladores que forman el colchón de aire sobre el cual se sustenta.
Nota:
Apartes tomados del libro Ciencia y naturaleza: La física, la química, las matemáticas, la belleza y la inteligencia en los seres vivos, de mi autoría, escrito en compañía de mi hija Ana Cristina (Spanish Edition).
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