Entre acuarelas y lágrimas
Fernando Ávila
Fundación Redacción
José Orlando Castañeda nació en Ibagué en la década de los cincuenta. A los 15 años fue a trabajar en una mina de oro, donde estuvo un año. A los 16 regresó a Ibagué, y comenzó a buscar a alguien que lo ayudara a convertir en realidad su sueño de estudiar. Dio con algún gringo de los Cuerpos de Paz que entendió sus expectativas y le dio hospedaje, comida, uniformes, libros y matrícula para que pudiera terminar el bachillerato. Dedicó los cuatro años siguientes a estudiar y a leer. Tanto estudió y leyó que pudo viajar a Bogotá para participar en el programa Miles de pesos por sus respuestas, y ganar lo necesario para viajar a Nueva York (EE UU).
Instalado en esa ciudad, donde tuvo que sortear no pocas dificultades, adelantó estudios universitarios, tras los cuales comenzó su vida laboral en el Citibank. Alcanzada una cierta estabilidad, obtuvo medios para estudiar Derecho, se graduó de abogado, y luego terminó su máster y su doctorado. Con ese respaldo académico, abrió bufete en Port Chester, y comenzó a prestar sus servicios a inmigrantes. A su oficina llegaban los que habían atropellado a alguien por conducir borrachos, los que habían sido detenidos por posesión de drogas o de armas y los que habían quebrado en sus negocios. Todos ellos buscaban asesoría legal en español.
Castañeda atendía los asuntos legales de cada quien, a la vez que se interesaba por la persona que había detrás de cada lío. Eran historias parecidas a la suya. Eran personas que habían salido de sus países en busca del “sueño americano”. Unos fracasaban, otros salían adelante, pero todos tenían que enfrentar dificultades. Él los ayudaba, a la vez que iba tomando nota de los aspectos humanos de fondo, separaciones, discriminación, lucha por resistir, odios y amores...
Castañeda fue elegido juez penal de Port Chester en el 2007. Hay registros en la prensa colombiana, que destacan ese logro de un abogado nacido en el país.
Las leyes estadounidenses permiten que un juez tenga simultáneamente su bufete, con algunas restricciones territoriales. Como resultado de un pleito que ganó, viajó a un pueblo en las montañas de Ecuador a llevar el cheque, y fue recibido con gran entusiasmo no solo por su cliente, sino por las demás personas de su entorno, como si se tratara de una estrella del ciclismo que regresaba con su trofeo. Lo invitaron a un colegio para que les hablara a los niños de su periplo. En un momento determinado, uno de los pequeños, de unos ocho años, levantó la mano, se acercó a la tarima y le preguntó a Castañeda si vivía en Nueva York, y agregó: “Mi papá también vive en Nueva York”, sin evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas.
“Dígale a mi papá que lo quiero, que no puedo vivir sin él, que se venga ya para acá”. Ese encuentro detonó en Castañeda la decisión de escribir un libro que retratara los aspectos de interés humano que había detrás de los asuntos legales en los que trabajaba. Durante ocho años, que incluyeron sucesivos viajes a Ecuador y a España, fue acumulando datos, y durante tres años más se dedicó a escribir la novela, Entre acuarelas y lágrimas. Su obra, influida por sus grandes maestros Faulkner, García Márquez y Vargas Llosa, narra la historia de Manuel y Elvira, dos emigrantes ecuatorianos separados por el azar.
La primera parte incluye aventuras muy cinematográficas, y la segunda, el conflicto interno de cada uno de los personajes. A la manera en que Virgil Gheorghiu crea su Johann Moritz, resumen de todos los sufrimientos que los nazis le causaron a la comunidad judía, Castañeda crea su Manuel y su Elvira como amalgama de las muchas dificultades que enfrentan los latinoamericanos que emprenden su aventura en busca del “sueño americano”.
El libro fue editado por Penguin Random House, con el sello Caligrama. Se puede encontrar en papel y en edición electrónica.
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