El himno nacional
ÓSCAR ALARCÓN NÚÑEZ
El 18 de octubre del año pasado, se cumplió el centenario de la Ley 33, sancionada por el presidente Marco Fidel Suárez, que consagró como tal el himno nacional. La fecha pasó sin pena, sin gloria inmarcesible y sin júbilo inmortal. Inicialmente, fue un poema del presidente Rafael Núñez que un modesto empleado público, llamado José Domingo Torres –nuñista hasta los tuétanos– quiso que “les pusieran música a los versos del doctor Núñez”. Buscó y le rogó a un italiano, Oreste Síndici, que daba clases de solfeo en las escuelas, para que hiciera la tarea.
Tanta fue la insistencia que la esposa del músico, Justina –colombiana de origen francés– lo convenció de hacer el favor. Núñez y doña Soledad Román, su mujer, no tenían idea de lo que estaba fraguando su admirador. Todo se hizo a sus espaldas. El 11 de noviembre de 1887, aniversario de la independencia de Cartagena, en la plaza de Bolívar de Bogotá, hubo fuegos artificiales, colocación de la primera piedra del teatro nacional, banquete en palacio para los ministros, el cuerpo diplomático, altos dignatarios civiles y eclesiásticos, y a las ocho y media de la noche se hizo el estreno de lo que después sería el himno nacional.
Luego, primero fue himno de Cartagena, pero, según me relató alguna vez Ramiro de la Espriella, los cachacos “sapos” propusieron que se convirtiera en himno nacional. De pronto son los mismos que aseguran que nuestro himno ha sido considerado como el segundo más bello del mundo, después de La Marsellesa. Pero, según el escritor Ricardo Silva Romero, en su novela El libro de la envidia, “Síndici sacó la música de nuestro himno nacional de una ópera menor de Donizetti llamada Belisario” (pág. 68).
La presentación se hizo en el teatro Variedades, que era el único lugar de espectáculos públicos que había en la ciudad, pues el viejo teatro Maldonado había sido demolido para construir allí el teatro Colón.
Síndici había llegado a Colombia en 1864 con una compañía de ópera encabezada por el célebre barítono Egisto Petrelli, y aquel era el tenor del grupo, con solo 28 años. Terminó quedándose en el país y conoció a quien sería su esposa, Justina, con quien tuvo un hijo, Oreste, muerto en la Guerra de los Mil Días.
De ser cierta la versión de Silva Romero, cada vez que entonamos el himno nacional no solo le hacemos un homenaje a Núñez y a Síndici, sino también a Belisario.
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