Corte y Recorte
El “chorro de Padilla”
Óscar Alarcón Núñez.
¿Sí será que todo tiempo pasado fue mejor? Leo en un periódico del 18 de octubre de 1920 –hace más de cien años–: “Por simpleza, rapidez y duración, la Remington ha llegado a ser la máquina de escribir universal. Colombia no se queda atrás en adquirir las herramientas más actuales que funcionan en el mundo”. Y más adelante, con foto, viene la publicidad: “Las mecanógrafas hábiles usan las Remington. Cómprelas en J. V. Mogollón y Cía, en la calle 12 No. 230A y 232 en Bogotá”.
Me imagino la cantidad de oficinas –públicas y privadas– que se aprovisionaron de ese instrumento de trabajo de gran utilidad. Por ejemplo, mucho servían a las notarías de la época para transcribir las minutas y escrituras y hacer los certificados de libertad con mecanógrafas expertas, porque las señoritas de la época no iban a las escuelas superiores ni a las universidades, pues eso era para hombres. Ellas y las máquinas de escribir remplazaron a los escribientes, que eran quienes en las notarías transcribían las escrituras y demás documentos. Ellos, en su época de gloria, eran verdaderos calígrafos, con una letra hermosa, tal como puede verse en los viejos protocolos.
Luego vinieron las mecanógrafas. Pero los tiempos cambian, 50 años después, el 2 de septiembre de 1970, El Tiempo publicaba lo siguiente: “En momentos en que Colombia intenta luchar contra el desempleo creando nuevas estrategias para generar más plazas y muchas empresas hacen esfuerzos para vincular más personal, en otras entidades la mecanización se encarga de eliminar
trabajadores. Tal es el caso de las notarías que han adaptado el sistema de sacar copias con equipos fotostáticos automáticos. Modernas máquinas que han dejado desempleadas a decenas de mecanógrafas de varias notarías y, con ellas, desprotegidas a sus familias. El gobierno ahora tendrá que idear otro mecanismo para crear empleos dignos para estas mujeres que están siendo reemplazadas por la tecnología, que cada día avanza más, pero que deja de lado el trabajo humano”.
Las oficinas de registro eran privadas, como las notarías, y había una por cada ciudad, las cuales cobraban y el estipendio era para el registrador. El último que desempeñó ese cargo en Bogotá, antes de que las nacionalizaran, fue Jorge Padilla, gran amigo de Gaitán, quien lo acompañaba cuando lo asesinaron. Tanto ganaba entonces que a su oficina la llamaban el “chorro de Padilla”.
¡Qué tiempos aquellos, con excelentes secretarias y sin fotocopiadoras! Algo que se notaría.
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