El antiguo delito llamado plagio
Juan Manuel Camargo G.
La tesis de grado de la congresista Jennifer Arias ha vuelto a poner de moda la palabra plagio. El sitio Pluralidad (www.pluralidadz.com) publicó algunos apartes, tomados (supuestamente) de la tesis, y los comparó con otros, que serían los originales. No voy a meterme en el lío de opinar si la congresista Arias cometió plagio o no; me centraré en el papel de la tecnología, en el impulso de plagiar, en la detección del plagio y su enmascaramiento.
El impulso de plagiar puede ser tan viejo como el ser humano, pero parece haber consenso en la creencia de que internet lo ha hecho un fenómeno masivo. “La facilidad que ofrece internet para encontrar información es, con diferencia, la causa a la que un mayor porcentaje de profesores encuestados atribuye el que los alumnos copien…” (Sureda, Comas, Morey, 2009, Revista Iberoamericana de Educación). La facilidad no es excusa, pero internet contribuye al anonimato de la información. Pongamos como ejemplo la propia tesis de Jennifer Arias. Si se busca en la red los textos que Pluralidad llama “originales”, es posible encontrar los mismos párrafos en Wikipedia y otros sitios, incluyendo algunas tesis, artículos e, incluso, libros. En el pasado, si uno copiaba un aparte de un libro o revista, sabía de quién lo estaba copiando. En internet, no siempre es así.
La fragilidad del concepto de plagio es que depende de la similitud o identidad de los textos. Con las herramientas modernas, es bastante fácil detectar un plagio, pero la mala noticia es que la tecnología va a acabar con el plagio, pero de la forma equivocada. Créanlo o no, las herramientas de inteligencia artificial han llegado al punto de emular la capacidad de redacción de un humano. Párrafos enteros pueden ser reescritos por un programa informático, en cuestión de segundos y conservando el sentido primitivo (he hecho varias pruebas, pero, por razones de espacio, no puedo insertarlas acá). Y no, no van a poder descubrir que se trata de textos escritos por una máquina (menos con la pobre capacidad de redacción de los humanos contemporáneos).
Me aventuro a decir que el plagio, entendido como la repetición textual de una determinada expresión de las ideas, pronto será una rareza. El que plagie lo hará porque es demasiado perezoso para pasar los textos por la criba de la inteligencia artificial. El sistema educativo no reaccionó apropiadamente al fenómeno de internet y ahora, ante la inteligencia artificial, se enfrenta a un dilema: no habrá tesis o trabajos “copiados” desde el punto de vista de la redacción, pero eso no ayudará a la originalidad. ¿Qué se puede hacer? Ojalá la respuesta fuera simplemente un estándar ético más alto. Dado que la automatización conduce al facilismo, la solución debe ser más integral y menos dependiente de las personas.
El plagio está más extendido de lo que pensamos, pero también el concepto de originalidad está cambiando. Hoy, puedo darle a un programa un temario, y el programa lo desarrollará por mí. El resultado será un artículo, un blog, un libro o una tesis. ¿Puedo llamarme autor del escrito que produzca? Y, si alguien lo copia textualmente, ¿será considerado un plagiario? El ser humano creía tener el monopolio de la escritura. Ya no es así.
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