Curiosidades y…
Serendipias (II)
Antonio Vélez
El físico Wilhelm Röntgen, mientras observaba una lámina de cartón impregnada de cianuro de potasio, al tiempo que experimentaba con rayos catódicos, observó que aquella mostraba cierta fluorescencia. Después de comunicar el descubrimiento serendípico a sus colegas, el descubrimiento lo volvió famoso y merecedor al Nobel de Física en 1901. Anotemos que algunos envidiosos lo tildaron de mentiroso. Röntgen entonces publicó su descubrimiento en el British Medical Journal, y en él adjuntó las primeras radiografías en las que se veía un brazo fracturado. Pudimos, entonces, asomarnos al interior de nuestro organismo sin necesidad de usar el peligroso y temible bisturí. Un avance fundamental en la medicina. Como curiosidad, dado que el físico no conocía bien el mecanismo que había descubierto, habló de “rayos X”.
Cuenta la historia que al ingeniero suizo George De Mestral le ocurrió una serendipia de la cual hoy nos beneficiamos los humanos, y de maneras variadas: el velcro. Cierto día de suerte, De Mestral andaba de caza por los Alpes acompañado por su amigo fiel, su perro. En un momento de descanso, observó que aquel tenía su pelaje cubierto por cientos de semillas de bardana, una planta cuyos frutos rugosos se adhieren tanto a la ropa como al pelaje de los animales. Entonces miró de cerca el fenómeno y trató de explicarse por qué era tan difícil desprender las semillas. Descubrió así que los pequeños pelos de las semillas tenían forma de ganchos diminutos. Pronto se le ocurrió la idea de diseñar dos cintas que tuviesen la propiedad de que al ponerlas en contacto se adhiriesen. Construyó entonces una cinta con pequeños ganchos y otra con un tejido en que los ganchos pudiesen anclarse: nació para el mundo el velcro (la palabra “velcro” proviene del francés: una contracción de terciopelo, velours, y gancho, crochet).
El químico Albert Hoffman estaba trabajando en busca de un producto que le sirviera para evitar las peligrosas hemorragias que se producen después del parto. Pues bien, logró aislar la dietilamida del ácido lisérgico y, por puro accidente afortunado, lamió una gota de la sustancia que había caído en uno de sus dedos. Al poco comenzó a sentirse mareado, se le alteró la visión y notó que los colores cambiaban sin ningún motivo. Ya en su casa, despierto, pero en un estado de ensoñación, percibió una serie interminable de fantásticas imágenes con intensos y caleidoscópicos juegos de formas y colores, que no se desvaneció hasta pasadas unas dos horas. Había descubierto el LSD, conocida droga sicodélica.
El sildenafilo o viagra fue descubierto por un afortunado golpe de azar. En Pfizer, trabajando en busca de un fármaco para la angina de pecho y la hipertensión arterial, se descubrió que el sildenafilo no actuaba con la eficiencia esperada, así que aumentaron la dosis al máximo. Pero el efecto no fue el esperado y se presentaron efectos secundarios: dolor de cabeza, indigestión, problemas visuales y dolores, todo lo anterior acompañado por un afortunado cambio en la función eréctil, efecto, este último, cuya eficiencia se descubrió al comprobar que los sujetos varones que probaban el fármaco no devolvían el producto sobrante. Una fortuna para Pfizer, pues se dispararon las ventas del viagra para combatir la impotencia.
La vulcanización es un proceso industrial en el que se calienta el caucho crudo en presencia de azufre con el fin de endurecerlo y hacerlo resistente al frío. El proceso, descubierto por azar, se le debe al ingeniero Charles Goodyear. Y hay una curiosidad en esta historia: la compañía de neumáticos Goodyear no fue fundada por el inventor de la vulcanización, sino por Frank Seiberling, quien bautizó su negocio con el nombre de Goodyear, como un homenaje a su amigo Charles.
El teflón se descubrió en 1938. Por serendipia, Roy Plunkett, quien trabajaba con sustancias refrigerantes, cometió un afortunado error, y así llegó al descubrimiento de su prodigioso y útil material. En las paredes interiores de una botella que usaba en su experimento observó que se había depositado una sustancia blanca de consistencia cerosa y extrañamente resbaladiza. Pues bien, felizmente se le ocurrió que en lugar de tirar todo a la basura, podría usar la sustancia como revestimiento de utensilios, y en 1941 patentó su idea con el nombre de teflón. Hoy te lo agradecen todos los cocineros del mundo.
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