Doxa y Logos
La ciencia y la irracionalidad
Nicolás Parra Herrera
@nicolasparrah
A finales de la década de los cincuenta y comienzos de los sesenta, la reflexión sobre el método de la ciencia estaba en su auge y la pregunta sobre cómo la ciencia llega a sus “verdades” ocupaba a los filósofos de la ciencia. En 1959, Karl Popper publicó su libro La lógica del descubrimiento científico, en el que propuso una teoría sobre cómo opera la ciencia. La versión corta de esta historia es que la ciencia se mueve a partir de falsear las hipótesis que han sido aceptadas previamente. La ciencia en lugar de buscar la verdad directamente, dicho burdamente, la busca falseando hipótesis científicas que asumen haber llegado a ella. Una teoría científica será probada empíricamente y si sus predicciones resultan ser correctas, la teoría se corrobora hasta que no se demuestre lo contrario. Y si las predicciones no resultan ser correctas, la teoría se falsifica, situación que lleva a los científicos a buscar una teoría que la remplace.
Tres años después de la publicación de Popper, el libro La estructura de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn ve la luz. Kuhn propone una nueva mirada al método científico: la ciencia se mueve a partir de paradigmas, un conjunto de verdades y prácticas aceptadas por la comunidad científica, que pueden ponerse en duda cuando son incapaces de dar cuenta de nueva evidencia que reclama la instauración de un nuevo paradigma. Estos debates continúan, pero quizás hasta la publicación hace unas semanas del libro del filósofo de la ciencia, The knowledge machine: how irrationality created modern science, de Michael Strevens, no había existido otro libro como el de Kuhn y Popper que interrogara los fundamentos de la ciencia y que lo hiciera de forma entretenida y elocuente.
La pregunta que motiva el libro de Strevens es sugestiva: ¿por qué la ciencia moderna se tardó tanto para fundarse?, ¿por qué hasta el siglo XVII surge la idea de la ciencia moderna? Algunos dirán con algo de incredulidad que la ciencia existía desde Aristóteles. Pero para Strevens, el criterio de identificación de qué es ciencia y qué no, es sencillo: la regla de hierro. Esta regla afirma que será considerado por la comunidad científica como verdadero únicamente aquello que ha sido probado empíricamente. La regla de hierro no explica cómo piensan los científicos, sino cómo deben comunicarse oficialmente. Todo lo que digan en la comunidad científica debe estar sustentado con evidencia empírica independientemente de si lo que los motiva son consideraciones estéticas, políticas, religiosas o de otro tipo. El proyecto de la ciencia moderna es, para Strevens, la producción de evidencia empírica y su lenguaje es la regla de hierro. Pero aquí no termina la historia, pues la pregunta subsiste: ¿por qué se tardó tanto la ciencia moderna para imponer la regla de hierro en las comunicaciones oficiales y hacer de su proyecto uno de acumulación de evidencia? Es esta pregunta la que lo lleva a sugerir una hipótesis no menos paradójica y sugestiva: la ciencia moderna está fundada en la irracionalidad.
Para Strevens, quien antes de convertirse en un filósofo de la ciencia incursionó en la ciencia computacional, la ciencia está fundada en la irracionalidad en la medida en que exige un proceso de conversión. La ciencia demanda a sus adeptos dejar de lado sus consideraciones sicológicas, ideológicas, estéticas y políticas, incluso si estas pueden ayudar a darle solidez a una hipótesis científica o, también, si estas tienen un impacto en la manera como interpretan los casos grises o las observaciones empíricas debatibles (de estos “momentos interpretativos” de la ciencia, el libro de Strevens tiene varios ejemplos). El punto es que la ciencia exige una separación radical entre lo privado y lo público. Newton era un estudioso de la biblia, incursionaba en la alquimia, pero en la ciencia tenía que presentar sus observaciones empíricas depuradas de esos “sesgos” o “coloraciones” subjetivas.
¿Y por qué el siglo XVII fue el llamado a presenciar el nacimiento de la ciencia moderna? La explicación de Strevens aquí parece la de un historiador y no la de un filósofo de la ciencia. Para él, la Guerra de los Treinta Años en Europa, la persecución religiosa y la necesidad de adoptar una nueva visión del mundo en el que la gente no fuera asesinada por sus creencias religiosas fue el terreno en el que se abonó la idea de la separación entre lo público y lo privado. Esta separación tuvo resonancia en el nacimiento de la ciencia: en lo público se debe aplicar estrictamente la regla de hierro, en lo privado Newton es libre de adoptar las motivaciones religiosas, políticas o ideológicas que le plazca. Implícitamente, Strevens sugiere que la ciencia se fundamentó en la idea liberal de la separación entre lo público y lo privado.
La irracionalidad no es porque la ciencia adopte hipótesis que no son ciertas o que no han sido probadas empíricamente, la irracionalidad de la ciencia existe porque su operación exige despojarnos de lo que nos hace humanos: los lentes religiosos, políticos y filosóficos con los que vemos el mundo para comunicarnos en un espacio que admite sólo y únicamente aquello que es empíricamente demostrable. La palabra clave aquí es “únicamente”. La ciencia, entonces, impone modos de comunicación para garantizar “el progreso” y, a la vez, impone una renuncia de otras cosas que nos hacen humanos. No es sorpresivo que, en el siglo XVII, cuando se fundó la England Royal Society (la academia británica de ciencia), el lema que escogieron fue nullius in verba: no tomes la palabra de otros (sino las evidencias empíricas que los demás puedan mostrarte). El libro de Strevens, creo yo, tendrá repercusiones enormes y será debatido dentro y fuera de la ciencia como lo fue el de Popper y el de Kuhn.
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