Doxa y Logos
El Derecho y el retorno a la vida
Nicolás Parra Herrera
@nicolasparrah
Jeanne Pouchain sostiene su gato como si fuera lo único que le confirmara su existencia. Su ceño fruncido y mirada cansada evidencian una batalla extenuante. ¿Una guerra? ¿una enfermedad? Leo el titular de la noticia incrédulo: “Mujer francesa lleva tres años probando que no está muerta”. Reviso que no haya omitido nada. Y confirmo: Jeanne Pouchain lleva años luchando ante la justicia francesa para acreditar que aún vive. Recordé el cuento de Kafka, Ante la ley, en la que un campesino le implora al guardián de las puertas de la Ley que lo deje entrar. Recordé a El coronel Chabert, uno de los cuentos de La comedia humana, que escribió Balzac sobre un coronel napoleónico que dieron por muerto en la batalla de Eylan. Chabert, enterrado, logra escapar de su tumba y acude a los abogados para que le devuelvan su identidad, su vida y las propiedades que habían sido legadas a su esposa, quien se ha vuelto a casar con un conde trepador. La declaración de muerte de Chabert, al igual que la de Pouchain, fue un error. Al primero, unos médicos le sintieron el pulso y lo dieron por muerto sin estarlo. A la segunda, un juez de Lyon la declaró muerta tras no comparecer en un proceso laboral. En la literatura y en la vida, ambas historias gravitan sobre el mismo eje: el intento de retornar a la vida, solicitando al Derecho y a sus operadores que declaren lo obvio: que “no están muertos” y que les devuelvan su existencia social.
La noticia sobre el caso de Pouchain me llegó por un amigo, también abogado. No podía creerlo. “Es demente y macabro”, me insistía, “la señora lleva tres años tratando de probarle a la justicia que está viva y aún no lo ha logrado”. La historia me horrorizó y cautivó al mismo tiempo. Como en El coronel Chabert de Balzac, este es un caso que evidencia no solo la ineficiencia y burocracia que suele asociarse con los procesos judiciales, sino también evidencia el poder del Derecho de nombrar la realidad y, al nombrarla, reconstruirla o reformarla. Un juez declara el fallecimiento de Pouchain y esta señora paulatinamente deja de existir en este mundo, el mundo bautizado por la ley. Su tarjeta de identidad no sirve para nada. Su seguro de salud no puede ser renovado. Como le comentó Pouchain a The Guardian hace unas semanas, “no puedo probarles a los bancos que estoy viva… no soy nada”.
En el 2004, un tribunal le ordenó a Pouchain pagarle una suma de dinero a un exempleado de su compañía de lavandería por un despido injustificado. La sentencia no se ejecutó. La demandada era la compañía y no ella a título personal. Pero el caso resurgió en el 2016 y culminó en la decisión de un juez de Lyon de declararla muerta pese a que no se aportó un certificado de defunción y de ordenarle a su esposo e hijo a pagar la suma de dinero adeudada al trabajador. ¿Por qué ha durado tres años y el caso no se resuelve? No se sabe. La abogada presentó un recurso para invalidar la decisión por error grave. Lo que me interesa de esto no es tanto el laberinto procesal como la revelación, por un lado, de que sin la existencia jurídica somos fantasmas en este mundo que, como Chabert y Pouchain, piden entrar en el mundo constituido por el Derecho y recuperar su pasado, uno enterrado entre folios conviviendo en los juzgados con la humedad de los anaqueles. “He estado enterrado debajo de los vivos”, dice Chabert, “ahora estoy enterrado bajo los vivos, bajo certificados, hechos –toda la sociedad preferiría enterrarme bajo tierra–”.
El recurso presentado por la abogada de Poucahin es la última oportunidad que tiene para recuperar su vida. La fuerza del Derecho tiene esa capacidad de trasmutación: hacer que lo vivo aparezca muerto en el mundo social. Y, sobre todo, la capacidad que tiene el Derecho de hacer que el retorno a la vida sea una experiencia más desgastante que el retorno de Chabert de su tumba a la superficie. La violencia del Derecho es, en este caso, doble, pues ocasiona el exilio y bloquea el retorno.
No sé en qué vaya a terminar el caso de Pouchain. El Derecho como un nigromante da y quita vida con el acto de nombrar. Creemos que el Derecho responde, casi de forma automática, a las necesidades sociales. Pero aquí la necesidad humana más primordial, como la de obtener reconocimiento jurídico por existir, parece ser tan básica que el Derecho no tiene mecanismos eficientes para reaccionar ante ese hecho, el hecho humano: existo. Aquí el argumento cartesiano “pienso luego existo”, se antoja como una ficción después de leer el caso de Pouchain. “El Derecho me reconoce, luego existo”, parece ser el axioma reinante. Y lo espeluznante de todo esto es la cercanía que tiene Pouchain y Chabert con los miles de inmigrantes que en Colombia y en otras partes del mundo tratan de ser reconocidos en un mundo cuyo acceso ha sido bloqueado por lo que ese mismo mundo representa, por lo que hace ese mundo posible: el acto de nombrar de la ley que incluye y excluye. El Derecho funciona si separamos a quienes protege y a quienes no protege. Cuando veo a personas que la ley no les reconoce su existencia, que están en la clandestinidad, veo la tenacidad con la que agarran sus pocas pertenencias y sus mascotas: como si fuera lo único que les confirma su existencia.
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