Dios o Darwin
ANTONIO VÉLEZ M.
Según una encuesta Gallup realizada en 2012, solo el 15 % de los estadounidenses cree que el Homo sapiens evolucionó por medio de la selección natural, al margen de toda intervención divina; el 32 % defiende que los humanos pudieron haber evolucionado a partir de formas de vida previas en un proceso que duró millones de años, pero que Dios orquestó todo el espectáculo, y el 46 % cree que Dios creó a los humanos en su forma actual en algún momento de los últimos diez mil años, tal como lo afirma La Biblia.
El asunto no ha variado mucho. Parece que el pasar cinco años en una universidad no tiene ningún impacto en estas opiniones: la misma encuesta descubrió que de los licenciados universitarios el 46 % cree en el relato bíblico de la creación, mientras que el 14 % opina que los humanos evolucionaron sin ninguna supervisión divina. Incluso, de los que tienen una maestría o un doctorado el 25 % cree en la Biblia, mientras que solo el 29 % atribuye la creación de nuestra especie únicamente a la selección natural, la biblia de Darwin.
De forma parecida, los humanos utilizan a Dios para explicar numerosos fenómenos naturales. ¿Quién provoca el rayo mortal? Dios. ¿Quién hace que tiemble la Tierra? Dios. ¿Cómo empezó la vida? La mano de Dios es la responsable, alegan. Pero la verdad es que, a lo largo de los últimos siglos, los científicos no han descubierto ninguna evidencia empírica de la mano de Dios, mientras que sí han encontrado explicaciones mucho más detalladas para la caída de un rayo, la génesis de los terremotos y explicaciones de los orígenes de la vida. Ello explica que, con la excepción de algunos capítulos de la filosofía, ningún artículo publicado en una revista científica sometida a revisiones académicas se tome en serio las acciones atribuidas a Dios. Los historiadores no argumentan que los aliados ganaron la Segunda Guerra Mundial porque Dios estaba de su lado, los economistas no culpan a Dios de las crisis económicas y los geólogos no invocan a su ‘sabia voluntad’ para explicar los movimientos de las placas tectónicas.
¿Y los defectos de los humanos, múltiples y vergonzosos, y los defectos del mundo? El egoísmo humano y todas sus consecuencias de injusticia y corrupción. La crueldad del mundo de los carnívoros, algunos que comienzan a morder a su víctima cuando aún se encuentra con vida. Con un agravante: la sentencia de muerte la llevan a cabo de una manera brutal y dolorosa para la víctima. La existencia de microbios mortales no necesarios, como lo prueba el hecho de que las vacunas nos han liberado de algunos de ellos, es decir, que hemos corregido la labor del creador supuestamente todopoderoso y sabio y justo y bueno y opuesto al sufrimiento. El coronavirus, alegan los creyentes, no fue enviado por Dios, pero el descubrimiento de las vacunas sí es algo que le agradecen.
Por otro lado, la multitud de accidentes naturales tan costosos en vidas y en sufrimiento humano: terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas…, que sería posible evitar si la mano todopoderosa del Dios actuara a su debido tiempo. Pero no, nada. Y la cantidad enorme de niños que nacen deformes, retrasados mentales o con enfermedades incurables y dolorosas, sin que ellos hayan cometido pecado alguno.
Pues bien, ese mundo imperfecto se lo atribuyen los “creyentes” al creador, de una manera más que impía. Fumigamos los insectos que se comen las cosechas y con los antibióticos y las vacunas acabamos de corregir la supuesta obra “divina” del creador. Y algo similar hacemos con las cucarachas y otros pequeños enemigos escondidos en nuestras viviendas. El hombre siempre corrigiendo la supuesta obra maestra del señor.
El sentido se crea cuando muchas personas entretejen conjuntamente una red común de historias. ¿Por qué le encuentro sentido a un acto concreto como, por ejemplo, ayunar en el Ramadán? Porque mis padres también creen que es significativo, al igual que mis vecinos… ¿Y por qué toda esa gente cree que tiene sentido? Porque sus vecinos comparten también esa misma opinión. La gente refuerza constantemente las creencias del otro en un bucle que se perpetúa a sí mismo. Cada ronda de confirmación mutua estrecha aún más la red de sentido, hasta que el sujeto no tiene más opción que creer lo que todos los demás creen. ¿Será la voluntad de Dios?
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