¿Cómo salir del mercantilismo?
Daniel Raisbeck
El prestigioso economista español Juan Ramón Rallo ha llamado la atención en Colombia, en especial al criticar las propuestas de Gustavo Petro a favor de la desenfrenada impresión de dinero en el país. Durante una reciente conversación que sostuve con él, Rallo ofreció un hipotético argumento a favor de las expropiaciones masivas en países dominados por oligarquías mercantilistas, cuyos beneficios económicos surgen gracias al favoritismo estatal y se dan a costa de la gran mayoría de los consumidores.
Rallo, al asumir el rol de abogado del diablo, citó al también economista Branko Milanovic, quien argumenta en su libro Capitalismo, nada más, que, durante el siglo XX, el comunismo “permitió que sociedades atrasadas y colonizadas abolieran el feudalismo (…) y construyeran un capitalismo endógeno”. Según esta teoría, preguntó Rallo, ¿no sería positivo en últimas que un país como Colombia, donde reina un fuertísimo elemento mercantilista, cayera bajo un régimen que expropiara a los grandes intereses económicos nacionales, creando así una especie de tabula rasa que permitiera un eventual surgimiento impedido de las fuerzas espontáneas del mercado?
El principal problema que detecto con dicha tesis es que, en términos históricos, ver el comunismo como la mera barrida de una escoba enturbia el enorme y prolongado sufrimiento de millones de individuos y familias bajo el terror de un sistema totalitario. Es cierto que, tras la caída de la Unión Soviética, países como Estonia, Letonia y Lituania lograron una exitosa transición desde el comunismo hacia el libre mercado; los tres países bálticos se encuentran entre las 20 naciones más libres del mundo, según el Índice de Libertad Económica del Instituto Fraser.
No obstante, la pregunta es si fue necesario permanecer bajo el yugo del comunismo durante cinco décadas para lograr los actuales niveles de prosperidad. En Tallin, capital de Estonia, un monumento rinde homenaje a las más de 22.000 víctimas de la Unión Soviética y sus macabros métodos de fusilamiento, encarcelamiento y exilio forzoso para los opositores del comunismo.
Por otro lado, si el comunismo es un prerrequisito para generar un “capitalismo endógeno” en países atrasados, ¿por qué el sistema económico actual de Rusia, país que desarrolló su propio tipo de comunismo y se lo impuso a la mitad de Europa, se asemeja más al mercantilismo oligárquico latinoamericano que al capitalismo báltico de sus antiguas colonias? Rusia, de hecho, ocupa el centésimo lugar en la última edición del Índice de Libertad Económica, situándose ocho puestos detrás de Colombia.
Esto último ayudaría a explicar por qué el Producto Interno Bruto per cápita ruso no se aproxima ni a la mitad del de Estonia. De hecho, el éxito económico de los “tigres bálticos” se debe al espíritu comercial de ciudades como Tallin, desarrollado durante siglos de intercambio marítimo dentro de la Liga Hanseática, mas no a la supresión del libre mercado durante aproximadamente 50 años de ocupación soviética.
En Latinoamérica, la evidencia tampoco sugiere que el comunismo sea deseable en el largo plazo como método de deshacerse de una élite depredadora y desencadenar los instintos comerciales del resto de la población. En Venezuela, donde el experimento con el “Socialismo Bolivariano” ha durado más de dos décadas, la corrupta y parasitaria élite de antaño, la cual tenía el mérito de no interferir en exceso con el suministro de alimentos, fue reemplazada por la aún más corrupta y parasitaria “boliburguesía”, la cual llevó al país al borde de la hambruna por meros caprichos ideológicos.
Por su parte, el comunismo cubano, incrustado en aquella desdichada isla durante 62 años, se deshizo de una clase dirigente rentista en un país relativamente próspero solo para crear una rígida casta de privilegiados encabezada por “la familia”, es decir, los Castro. En su magnífico relato para la revista The Atlantic, la cronista Lois Parshley describe las “vidas de esplendor” de los hijos de Fidel Castro y su séquito de artistas, músicos y cineastas, quienes aprovechan sus prebendas políticas para satisfacer apetitos sibaritas “en uno de los países más pobres del mundo”.
De hecho, más allá de la “ley de hierro de la oligarquía”, según la cual cualquier tipo de organización política –inclusive las más democráticas– termina bajo el dominio de una élite, el comunismo es un sistema particularmente perverso en el sentido de que la nueva clase dirigente tiene el incentivo explícito de mantener a la inmensa mayoría de la población en la miseria. Según John Maynard Keynes, Vladimir Lenin consideraba que la mejor manera de acabar el capitalismo era destruir el poder adquisitivo de la moneda, objetivo que los comunistas venezolanos alcanzaron a la perfección. Las terribles consecuencias se ven diariamente no solamente en Venezuela, sino también en las calles de toda urbe colombiana.
Si la meta es liberalizar una economía, lo ideal es lograrlo directamente, dentro de la tradición democrática y, sobre todo, sin una etapa previa de devastación comunista.
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