Anecdotario político
Benjamín Ardila Duarte
En campaña presidencial, 42 candidatos han dicho lugares comunes. Ha faltado aquello que un senador norteamericano llamó pensamientos impensables, que se aceptan íntimamente, pero que la desconfianza y el recelo no dejan fluir: como tratar entonces con China Popular o desmantelar los pactos de la Otán y de Varsovia. En Colombia, serían hoy pensamientos impensables y audaces despenalizar la droga, las relaciones con Venezuela, hablar con el ELN, nada de fracking ni glifosato, entender a la juventud y al sindicalismo, paridad de género en Cámara y Senado. Ideas que flotan, pero no se sostienen con énfasis declamatorio.
Bolívar, en el Tratado de Trujillo, en 1820, firmado con el cruel pacificador Pablo Morillo, crea el precedente de los derechos humanos y de la civilización en la guerra. Y, además, con el célebre decreto de Chuquisaca de 1825, inicia la defensa detallada de la ecología y del medioambiente, que los indígenas también protegían y, aun hoy, protegen amorosamente a la madre tierra. Dos referentes que son importantes recordar en el derecho contemporáneo, porque Bolívar, como decía José Martí, tiene mucho que hacer en América.
Las razas puras solo existen para los aristócratas ilusos y para los nazis. La mezcla se impuso. En Colombia, además de castellanos y vascos, hay judíos y moros. Hilda Meyer y Estela Goldstein estudiaron a los israelitas, y Pilar Vargas y Luz Marina Suaza, a los árabes, con prólogo de Yamid Amat. Los aborígenes y su literatura son vistos por Hugo Niño, y las culturas negras, por Arthur Ramos. La blenda nacional de varias fuentes domina en nuestra demografía.
El emérito rey Juan Carlos de España y los príncipes ingleses no han estado a la altura de la ética de un hidalgo y de un gentleman. Y ocurre que, así como Renán decía que una nación es un plebiscito de todos los días, así la monarquía tiene que justificar, permanentemente, su legitimidad por la conducta de sus príncipes y sus duques. Tal el rey, tal la grey, dijo el clásico. Lo mismo en las repúblicas: la elite del poder debe dar ejemplo. El campesino español decía que sería buen vasallo, si tuviese un buen Señor.
Desde el Evangelio hasta el Contrato social, son los libros los que han hecho las revoluciones, escribió Bonald. Los derechos del hombre y el Federalista, de Hamilton; la Carta de Jamaica y el Memorial de agravios esmaltan el camino de la tesis que condujo a la independencia de América. Un buen libro con cada proyecto político o una tarifa de ideas de claridad y de plan de gobierno incluido es mejor tribuna que los cosméticos que ponen los asesores a los candidatos en apuros.
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