Anecdotario político
Benjamín Ardila Duarte
Hoy Colombia, carente de verdaderos partidos, espera que, inmediatamente escogido un candidato presidencial, se constituya en una opción de poder, con un programa de gobierno fácilmente identificable. Es decir, aquello que la ciencia política llama un proyecto administrativo. Hay ejemplos propios y extraños: Giscard d’Estaing definió la Democracia Francesa; Roosevelt, el Nuevo Ideal; López Pumarejo, la Revolución en Marcha; Álvaro Gómez, el Desarrollismo; Alberto Lleras, un Propósito Nacional. Presentarse sin programa es un engaño.
En los corredores de la administración merodea el lagarto; en periodo electoral mora el manzanillo. Su nombre viene de una planta venenosa clasificada en sus lecciones de botánica por el doctor Emilio Robledo. Sus emanaciones producen erupciones en la piel. Quien saluda al árbol sombrero en mano no es afectado por él. En las luchas políticas, los manzanillos son mandos medios de caciques poderosos, pero pueden ascender y desplazar a estadistas gloriosos o a clientelistas consagrados.
En Ciencia Política, Duverger, Goguel, Cadart y otros hablan de la influencia de los sistemas electorales sobre la vida pública de los pueblos. Donde hay voto preferente, como en Colombia, cada candidato a cualquier dignidad monta su propio partido, su fichero de adherentes, su teoría, su tesorería, su programa y su ideología improvisada. Así no hay verdaderos partidos políticos, ni un sistema nacional de conducción de fuerzas en pos de construir una Administración eficiente y república moderna.
Las cárceles de Colombia son el equivalente de las que tenía la Inquisición. Son escuelas de crimen y sitios de tortura. Una reforma se impone y una sustitución del modelo de castigo, resocialización y dosimetría penal. El sistema celular en las cárceles es una aberración del siglo XX, al decir de Enrico Ferri, quien sabía del tema. La reforma científica vale menos que un viaducto imperfecto o que una doble calzada que es obra paralela de otra obra existente.
El trabajo, escribió Schiller, es el honor del ciudadano; la prosperidad es la recompensa del trabajo. Si el Rey se honra con su dignidad, nosotros nos honramos con nuestro trabajo, que es lo único que crea valores; Roscher lo considera origen de la fortuna y de la prosperidad de las naciones. El nobel de Economía reciente David Card probó, matemáticamente con técnicas cuantitativas, que el aumento del salario mínimo no genera desempleo ni informalidad.
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