¡Ah!, la devaluación
Juan Manuel Camargo G.
Siempre ha sido difícil diferenciar la realidad de la percepción, y por eso se dice a menudo que la percepción es la realidad. Esto es particularmente cierto en relación con la economía.
Un hecho –pero también una percepción– es que el presidente Petro y su Gobierno parecen disfrutar intranquilizando a los mercados. En estos meses no han faltado los anuncios explosivos: no más exploración petrolera, el petróleo y el carbón son más venenosos que la coca, reforma a la salud, reforma pensional, reforma laboral... Los mercados se agitan, parte de la opinión pública se alarma y el Gobierno no hace mayor cosa para calmarlos.
¿Y cómo está la economía? Hay datos reales favorables: crecimiento del PIB del 10,7 %, en el 2021, y expectativa de crecimiento del 7,9 % para todo el año (Banco de la República). Dice el Banco Mundial que 1,4 millones de personas salieron de la pobreza en Colombia en el 2021 y que la tasa nacional de pobreza se redujo al 39,3 % (aun por encima de los niveles previos a la pandemia). El pronóstico del nivel de actividad económica del Banco de la República es del 12 % superior al observado en el 2019, previo a la pandemia. Es decir, hay crecimiento real.
Datos reales desfavorables hay, por lo menos, tres: una inflación cercana al 11,5 %, una tasa de interés de política monetaria del 11 % y una devaluación del peso frente al dólar de casi el 25 % en lo que va corrido del año.
Hay consenso en que gran parte de la devaluación se debe a la fortaleza del dólar frente a las demás divisas del planeta, pero que una porción nada despreciable de la misma es consecuencia directa de los anuncios o los silencios del Gobierno.
Uno puede armar un caso en favor de la devaluación como mecanismo para estimular las exportaciones, pero el peso colombiano se ha depreciado constantemente desde el 2012 sin que se haya notado un incremento significativo en las exportaciones no tradicionales. Además, el aparato productivo colombiano no está listo para reemplazar los ingresos por petróleo y minerales y, aunque lo estuviera, producir es muy distinto a vender.
Los efectos desfavorables de una devaluación pronunciada son más claros, pero quisiera concentrarme en su relación con la inflación. La devaluación agrava la inflación (un efecto que se conoce como pass-through) por medio de varios mecanismos de transmisión. Por ejemplo, la devaluación encarece insumos y bienes intermedios, necesarios para producir (y exportar). La devaluación encarece el servicio de la deuda externa. Se calcula que entre el 25 % y el 30 % de la canasta familiar está compuesta de bienes importados. Dice la Sociedad de Agricultores de Colombia que los insumos extranjeros representan el 40 % del costo de la producción agrícola y el 75 % de la producción pecuaria. La devaluación encarece toda clase de proyectos de infraestructura, públicos y privados.
Las altas tasas de interés encarecen todo y, al mismo tiempo, los empresarios asumen que el aumento del salario mínimo para el 2023 será del orden del 20 %. La reforma tributaria será un hecho y todos esperamos que perjudique el crecimiento económico, al desincentivar la formalidad y la inversión. En ese contexto, parecería deseable hacer lo posible por no agravar la devaluación, para al menos disminuir la intensidad de uno de los factores inflacionarios. El Gobierno puede aliviar la devaluación de la misma forma como la ha aumentado: con declaraciones. La pregunta es: ¿por qué no lo hace?
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