“¿Por qué Trump no invadirá Venezuela?”: Daniel Raisbeck
20 de Marzo de 2019
Daniel Raisbeck
¿Se convertirá Nicolás Maduro en un Manuel Noriega 2.0, un dictador latinoamericano derrocado por una invasión estadounidense? Hay buenas razones para dudarlo; la principal es el declive del ala neoconservadora del Partido Republicano.
Originalmente izquierdistas, los intelectuales que se autodenominarían neoconservadores giraron gradualmente a la derecha empezando en los años sesenta, decepcionados con las protestas contra la Guerra de Vietnam, la “contra-cultura” hippy, la arremetida contra la familia tradicional y el apaciguamiento de la Unión Soviética por parte del mainstream del Partido Demócrata.
El caso del escritor Irving Kristol (1920-2009), considerado el padre del neoconservadurismo, es emblemático. Hijo de inmigrantes judíos de Europa Oriental, Kristol creció en Brooklyn y se graduó como historiador del City College of New York, una universidad pública, donde defendió las ideas de León Trotski. Aunque era crítico del autoritarismo imperante en las fuerzas armadas, se enroló en el Ejército en 1940 y combatió en Europa como sargento de infantería.
Años después, Kristol escribiría al respecto: “Vez tras vez me sorprendí al encontrar razones para tener un mejor concepto del ejército y uno peor de mis compañeros, los soldados rasos (…). La idea de construir el socialismo con el hombre común existente -a diferencia del de la versión idealizada- era una fantasía. Las probabilidades de crear el ‘socialismo democrático’ eran nulas”.
Al regresar a EE UU tras la Segunda Guerra Mundial, Kristol se destacó por sus escritos en varias revistas con línea editorial de centro-izquierda pero anticomunista. Pero, eventualmente, Kristol concluyó que el liberalismo progresista no solo era decadente, sino que partía de “una metafísica y una mitología lamentablemente ciegas ante la realidad política y humana”.
Un neoconservador era, en principio, un progresista (o liberal en la terminología estadounidense) asaltado por la realidad. El neoconservadurismo no era un movimiento, sino una persuasión, y encontrarla fue, para Kristol, “una liberación moral, intelectual y espiritual”.
El quiebre más significativo entre los neoconservadores, muchos de ellos judíos practicantes, y los progresistas liberales fue moral. “El declive constante de nuestra cultura democrática”, escribió Kristol, “conlleva a nuevos niveles de vulgaridad (y) une a los neocons con los conservadores tradicionales”, por ejemplo alrededor de la propuesta de prohibir la pornografía.
En cuanto a la política exterior, Kristol sostuvo que el interés nacional de EE UU obliga al país a defender siempre a “una nación democrática bajo ataque de fuerzas no democráticas, tanto externas como internas”. Entre sus héroes estaba Franklin Delano Roosevelt, un presidente demócrata, por su decisión de enfrentar a la Alemania Nazi militarmente.
En términos económicos, los neoconservadores favorecían los recortes de impuestos para generar crecimiento, pero, a diferencia de los conservadores fiscales, no priorizaban el evitar los déficits fiscales ni les preocupaba someterse a un Estado grande. Kristol, de hecho, negaba el concepto hayekiano de que el crecimiento desmedido del Estado conducía a la ciudadanía hacia la servidumbre.
La institución más influyente a la que perteneció Kristol fue el American Enterprise Institute (AEI), un centro de pensamiento que produjo varios funcionarios del gobierno de Ronald Reagan, pero, en especial, del de George W. Bush, entre ellos su vicepresidente, Dick Cheney. Tanto el AEI como la revista The Weekly Standard, fundada por William Kristol, hijo de Irving, fueron instrumentales a la hora de presentar ante el público general y la clase política-mediática en Washington los argumentos a favor de las guerras en Afganistán y en Iraq y los inmensos niveles de gasto público requeridos para librarlas.
El triunfo de Donald Trump fue, en su esencia, una reacción en contra de todo lo anterior. Las aventuras militares de Bush II en nombre de la democracia resultaron ser tremendamente impopulares. Su gasto excesivo y su intervencionismo económico ayudaron a desatar la crisis financiera del 2008. El Partido Republicano fue expulsado del poder durante ocho años como consecuencia.
Especialmente en cuanto a la política exterior, Trump representa un regreso a un conservadurismo anterior, escéptico ante las intervenciones extranjeras, cómodo con el aislacionismo y más en armonía con el estadounidense promedio, cuyos hijos forman la infantería desplazada a tierras desconocidas, que con los intelectuales cosmopolitas que habitan los think tanks de Washington. El triunfo de Trump en las primarias republicanas del 2016 fue un contundente rechazo a los neoconservadores, cuyos candidatos predilectos eran Jeb Bush y Marco Rubio. Tras su derrota, varios neocons votaron por Hillary Clinton; algunos financiaron su campaña.
Según Trump, él tiene “todas las opciones sobre la mesa” para enfrentar a Maduro. Esta posición es efectiva electoralmente y sobre todo en Florida, un estado crucial. Pero no hay razón para pensar que, por invadir Venezuela, Trump arriesgaría traicionar a su base y girar hacia el intervencionismo militar y la “construcción de democracias” de un neoconservadurismo desprestigiado.
Al aproximarse el 2022, el presidente prepara su campaña de reelección. La Weekly Standard, por otro lado, ya no circula por falta de demanda.
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