28 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 7 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

¿Y ahora ...?

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Julio César Carrillo Guarín

Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial

carrilloasesorias@carrillocia.com.co

 

Es imposible sustraerse a esta experiencia que ha generado una especie de TAC existencial a nuestra humana realidad.

 

Y el diagnóstico pone en evidencia males que se mueven entre la desigualdad y el avance tecnológico, la comodidad y el hambre, las buenas intenciones de inclusión y la indiferencia... y nosotros, los humanos, sorprendidos, tratamos de seguir el ritmo de la normal anormalidad mientras un virus nos obliga, de cara a nuestra fragilidad y finitud, a reflexionar acerca de lo que debemos ser y hacer, y mientras muchos ni oportunidad tienen para ello, porque en su día a día solo hay espacio para la supervivencia.

 

Y tomamos nuestros códigos de leyes laborales para tiempos normales con una jurisprudencia que tendrá que moldear su criterio para una calamidad que parece de ficción y con ellos abordamos, como epidemiólogos de lo jurídico, la escasez de infraestructura en materia de empleabilidad, para acometer de la mejor manera las necesidades cruzadas que sobrevienen.

 

Así, mientras el Ministerio del Trabajo en el universo de lo formal hace esfuerzos desesperados para que no haya despidos ni se deje de pagar el salario, muchos empleadores se ven precisados a cerrar sus establecimientos, porque hay un decreto específico que así lo dispone o  uno general que ordena el aislamiento obligatorio y los trabajadores que no tienen forma de prestar su servicio en casa o que ven que este se diluye por el lento e imperceptible retiro de la dinámica productiva, aguardan con temor que pronto acabe el apocalipsis sanitario antes de que sea demasiado tarde.

 

Es el momento en el que las amenazas de sanción, las medidas usuales para evitar cierres, las discrepancias de interpretación tienen su curva de alta efusividad para diluirse, aleccionados por la realidad, en una sola necesidad: hacer cada quien, dentro de su alcance y hasta donde sea posible un pacto intangible por la cooperación, la solidaridad y el obrar con responsabilidad social.

 

Que la fiscalización punitiva se transforme en verificación para evaluar contextos y conseguir apoyos; que a quienes puedan preservar el empleo se les permita hacerlo en términos razonables para apoyar su sostenibilidad.

 

Empleadores que distribuyen sus flujos de caja de manera lo más equitativa posible para solventar formas de remuneración mediante bonos de naturaleza no salarial o medidas similares de ayuda. Trabajadores que comprenden que, si no es el todo, hay un esfuerzo loable por preservar el contrato de trabajo.

 

Solo así es posible entender que si hay lugar al trabajo en casa, sea viable ajustar la jornada cuando se requiera, con el consecuente efecto remunerativo o el otorgamiento de vacaciones anticipadas a sabiendas de que se trata de una circunstancia que no permite el pleno descanso o dejar de estigmatizar lo que para muchas actividades es una evidente fuerza mayor y utilizar de manera objetiva y no abusiva la suspensión temporal del contrato de trabajo por tal motivo (CST, art. 51-1), procurando reconocer una medida de apoyo o darle mérito con similar ayuda a las condiciones de una licencia no remunerada en aquellas actividades seriamente afectadas en las que lo conceptual en materia de fuerza mayor no aplique y, sin embargo, subsista el riesgo de desaparecer.

 

El tema no es ¡No al despido!, cuando el empleador ya no resiste, porque sería tanto como prohibir la muerte. El asunto es adoptar medidas para evitarla.

 

Todo ello, mientras el empleador que tenga capacidad, en lugar de aprovechar el momento para disminuir costos laborales, aporte el acto honesto de mantener las condiciones laborales aún sin prestación del servicio.

 

No es porque lo diga una circular o un concepto o un decreto, es porque hay que recomponer la mirada y tejer lo que haya que tejer en clave de honestidad, veracidad, solidaridad, cooperación y responsabilidad de todos -Gobierno, empleadores y trabajadores- con un solo propósito: hacer lo correcto para salir adelante juntos, sin tecnicismos, legalismos, ego-ismos y muchos otros “ismos” que a estas alturas pueden ser más letales que el mismo virus.

 

Que no nos quede ni un ápice de duda de estar haciendo lo posible hasta donde se pueda por mantener contratos de trabajo y permitir que las fuentes generadoras de esa preservación no se apaguen.

 

¿Y ahora? Ahora es el tiempo para recuperar bondades interiores refundidas en el marasmo de egos y soberbias; para caminar de manera diferente, menos omnipotentes, más colaborativos, más amables, más humildes, más inclusivos...

 

Y si se llega a la dolorosa realidad de tener que terminar contratos de trabajo, que ello ocurra como una situación en la que efectivamente el paciente del empleo no pudo seguir respirando a pesar de haberse hecho todo lo posible.

 

Y entonces habrá que acudir con mayor intensidad a la justicia social y a la reconstrucción en la pospandemia, pero con el propósito de que pasada la calamidad no ocurra que todo cambie para que nada cambie.

 

Ahora es el tiempo para no decaer, para sacar lo mejor de nosotros, para hacer de la dificultad una oportunidad de reconciliarnos con nuestro sentir de humanos. Mientras haya vida es el tiempo para no desesperarse y tomar decisiones prudentes y justas.

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