28 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 16 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Entre la pandemia jurídica y el derecho a soñar

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Julio César Carrillo Guarín

Asesor en Derecho Laboral, Seguridad Social y Civilidad Empresarial

carrilloasesorias@carrillocia.com.co

 

Dicen que un fiscal imputó cargos a un desempleado, habitante de calle, por violar la cuarentena al “estar fuera de su vivienda”. Informan que un policía maltrató a una persona mayor de 70 años que intentaba hacer trabajo informal ambulante en medio del aislamiento preventivo obligatorio. Cuentan que inspectores del trabajo amenazan con sanciones a actividades que agonizan...

 

Se decreta el estado de emergencia económica y para conjurarlo se dictan múltiples decretos legislativos, variadas resoluciones para complementar su ejecución y un sinnúmero de circulares y conceptos, como una especie de símbolo del esfuerzo angustioso y desesperado por atenuar el desajuste social, potenciado por la experiencia que vivimos, con un Derecho que se muestra insuficiente para ayudar a armonizar la interacción de proyectos de humanidad en medio de la crisis inevitable.

 

Y entonces viene la pregunta: ¿Quién tiene la culpa? ¿el fiscal?, ¿el policía?, ¿el inspector?, ¿el habitante de calle?, ¿el mayor de 70 años?, ¿el Gobierno?, ¿el empleador?, ¿los sindicatos?, ¿el trabajador?, ¿la informalidad?, ¿la economía?, ¿el virus?... ¿la ley?

Que el habitante de calle debe tener empleo y vivienda, cierto. Que el mayor de 70 años debería estar pensionado, cierto. Que al policía le ordenaron cuidar que no se viole la cuarentena, cierto. Que al inspector lo formaron para persuadir punitivamente, cierto. Que ese empleador con establecimientos cerrados no puede más, cierto. Que el informal requiere salir a la calle para no quedar sin sustento, cierto. Que el trabajador tiene miedo de perder su empleo, cierto.

 

Entonces, le hablamos al ministro al oído, surgen voces prudentes recomendando medidas de reordenamiento de lo jurídico-laboral, se sugiere revisar el Sistema Integral de Seguridad Social... Todo ello mientras la “nueva” normalidad nos introduce en la cultura de los protocolos de bioseguridad de diferente orden, sostenidos en la columna vertebral del tapabocas, el gel, el lavado de manos, el distanciamiento y el autocuidado ciudadano.

 

Y mientras tanto se crean subsidios, medidas de apoyo, se busca aliviar el flujo de caja..., y con la ley en la mano se materializan loables esfuerzos en medio de una economía en recesión y un desempleo creciente.

 

¿Qué hacer?

 

Ante todo, “no dejar de hacer lo que deba hacerse”, no claudicar ante la magnitud arrolladora de los acontecimientos y, como lo dice Estanislao Zuleta en el Elogio de la dificultad, reconocer que “lo difícil” es una invitación a superarnos y a sacar lo mejor de cada quien, no para sobrevivir, sino para vivir, procurando, como lo enseña Rawls, poner las ventajas al servicio de los menos aventajados. En fin, no caer en la tentación del sálvese quien pueda.

 

¿Y fuera de la actitud, qué más hacer?

 

Empezar a soñar en una nueva realidad laboral construida desde el diálogo con menos utilitarismo, con más objetividad, sin proteccionismos que muchas veces terminan excluyendo. Soñar que –por fin– seremos capaces de construir un estatuto del trabajo que, armonizado con un ajuste a normas de seguridad social, haga posible, si no suprimir, al menos reducir la informalidad; que incluya al independiente de manera razonable; que considere la diferencia entre el empleo rural y el urbano; que distinga las categorías de empleadores.

 

Aprovechemos la pandemia jurídica que obliga a adoptar la avalancha de medidas coyunturales, para renovar el criterio en forma tal que se evite terminar sancionando al habitante de calle por no tener vivienda, o al mayor de 70 años por carecer de pensión y tener que vivir de una venta ambulante, o al empleador que no puede más o, lo que es peor, impedir a personas mayores o con morbilidades preexistentes acceder al trabajo presencial, porque su alto riesgo recomienda no hacerlo.

 

En fin, el sueño es que podamos mirarnos sin ideologías ni posturas de parte para empezar a preparar la reconstrucción de la ciudad de lo laboral seriamente afectada por el bombardeo de un virus que aún sigue, a fin de que algún día cuando se supere la calamidad, tengamos listo un plan normativo estructural y coherente que contribuya con las demás tareas que demanda la recuperación de un distanciamiento en igualdad de oportunidades que viene quizás de hace siglos.

 

Ello, desde luego, con la claridad de que el cambio normativo solo no es suficiente y que debe ir acompañado de un cambio en la realidad social respecto del ejercicio de los derechos civiles, políticos y humanos para evitar contradicciones macondianas.

 

Es necesario soñar con que será posible lograr el milagro, teniendo conciencia de que no hay soluciones perfectas, que los milagros de humanidad son el producto de las acciones de los hombres cuando se sientan con humildad, en condiciones de simetría, a construir en medio de las medidas desesperadas que exige la situación presente. Soñar que es posible lograr lo que se alcanzó cuando a mediados del siglo pasado se expidió el Código Laboral vigente.

 

Se dirá que soñar no cuesta nada... acepto; pero perder el derecho a soñar es renunciar a tener futuro es renunciar a participar en el reto de reconstruir un bienestar posible.

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