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Actualizado hace 9 hours | ISSN: 2805-6396

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Mirada Global


La doctrina Obama hacia Cuba y el diálogo en Venezuela

11 de Noviembre de 2016

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Daniel Raisbeck

 

 

En enero de 1959, cuando Fidel Castro y sus compañeros en armas, tras librar una guerra de guerrillas durante meses en la Sierra Maestra, entraron a La Habana en su marcha triunfante, hubo consecuencias drásticas e inmediatas para EE UU.

 

Las compañías estadounidenses de telefonía y electricidad fueron rápidamente expropiadas, tal como había prometido Castro en las montañas. Para los intereses norteamericanos, este no fue el único castigo por su apoyo a la violenta, corrupta y poco competente dictadura del sargento Fulgencio Batista. Como explica The Economist, la prometida reforma agraria de los rebeldes significó el despojo del 60 % de la tierra cultivada, incluyendo la mayor parte de la pujante industria azucarera, que era propiedad legal de empresas de EE UU.

 

Más allá de los reveses económicos, el ingreso oficial de Cuba a la órbita soviética en 1959 le propició a Washington un contundente golpe geoestratégico. En su lucha global contra el comunismo, EE UU había estado involucrado militarmente en Vietnam desde 1950, al inicio de manera indirecta. Nueve años después, el proverbial dominó no cayó sobre la gran mesa de juego de la Guerra Fría al otro lado del mundo, en la península de Indochina, sino a solo 145 kilómetros de la costa de la Florida. El poder nuclear soviético le puso fin a la famosa doctrina del presidente James Monroe, declarada en 1823, según la cual EE UU no toleraría la interferencia foránea — y especialmente europea— en las Américas.      

 

Las consecuencias son conocidas: el embargo estadounidense en 1960, la fallida invasión de Bahía de Cochinos en 1961, la crisis de los misiles soviéticos en 1962. Esta última dejó al mundo en la cúspide de la guerra nuclear durante 13 días de máxima angustia. Tras su desenlace, sin embargo, vino un anticlímax: la Revolución Cubana se estancó durante décadas y EE UU siguió prosperando. Como nota The Economist, ningún otro país latinoamericano cayó bajo el comunismo hasta la revolución sandinista en Nicaragua, mientras que Miami, “un somnoliento pueblo playero”, se convirtió en “un palpitante emporio regional”, gracias a la emigración de cientos de miles de cubanos emprendedores.

 

Para 1980, el socialismo había dejado sus inevitables estragos sobre la economía cubana: nula libertad para producir o consumir, escasez de productos básicos, igualdad en la pobreza, excepto para la cúpula del Partido Comunista. La Unión Soviética se acercaba a su declive final. En Cuba, el descontento era evidente; el 1º de abril, cinco ciudadanos en busca de asilo entraron forzosamente a la embajada peruana en La Habana en un bus, derribando una cerca y desatando una balacera. También desencadenaron una crisis política.

 

Diecinueve días después, Fidel Castro anunció que todo cubano que quisiera emigrar hacia EE UU podía hacerlo desde el puerto de Mariel al occidente de La Habana. En los meses siguientes, 125.000 refugiados o “marielitos” llegaron a las costas de la Florida, causando serios problemas para las autoridades estadounidenses no solo por su abrumadora cantidad, sino también porque Castro incluyó a un buen número de delincuentes entre los expatriados.        

 

Según el analista venezolano Aníbal Romero, la meta principal de Washington en su política hemisférica en el 2016 es evitar una repetición del “éxodo de Mariel”. Durante cerca de dos décadas, Cuba ha dependido de los subsidios venezolanos. El colapso de la economía en Venezuela puede golpear fuertemente a Cuba, lanzando una nueva ola de inmigración masiva hacia las costas de la Florida, situación que el presidente Barack Obama quiere prevenir a cualquier costo.

 

Esto explica la prudencia de Washington a la hora de exigir cambios en Venezuela, cuyo régimen se ha convertido, según el mismo Washington Post, en una “completa dictadura” tras prohibir el referendo revocatorio contra el mandamás Nicolás Maduro. Para evitar la inestabilidad extrema, la administración de Obama y el Vaticano, entre otros, han insistido en el diálogo entre el régimen chavista y la oposición.

 

El problema, por supuesto, es que Venezuela ya es inestable no por los bajos precios del petróleo, sino a raíz de las políticas socialistas que han arruinado al país. Según el periodista Pedro García Otero, los chavistas solo usan las negociaciones como una “técnica dilatoria” y, como escribió Virgilio, fugit irreparabile tempus: “el tiempo, irrecuperable, corre”. 

 

Ergo el consejo de Romero: “la oposición democrática venezolana no debe ajustar sus tiempos a los de Washington”. 

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