11 de Enero de 2025 /
Actualizado hace 9 hours | ISSN: 2805-6396

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Crítica literaria


La eternidad de un día

11 de Noviembre de 2016

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Juan Gustavo Cobo Borda

 

Las 405 páginas de esta antología son excepcionales. Mírese como se mire. Francisco Uzcanga, doctorado en Alemania, selecciona y traduce los textos, presentando en dos o tres páginas a cada uno de los autores. Solo que el índice es apabullante. Arranca con Heine y su crónica de un concierto de Paganini y luego añade apellidos como Fontane, Kraus, Altenberg y Bahr, sobre Isadora Duncan.

 

Luego aparecen apellidos que podemos rastrear hoy en día en librerías bogotanas, como es el caso de Robert Walser, Stefan Zweig, Hermann Hesse, Joseph Roth, Robert Müsil y los hermanos Thomas y Heinrich Mann. Este escribe sobre la proyección, en 1930, de la película El ángel azul dirigida por Josef von Sternberg y protagonizada por Marlene Dietrich, basada en una novela juvenil suya, acerca de un profesor de instituto seducido por una cantante de cabaret y su patética degradación. Pero otro Mann (Klaus) también se hace presente. Es el “hijo maldito” de Thomas Mann, novelista y autor teatral, homosexual y drogadicto, que luchó con coraje contra Hitler en artículos y dirigiendo revistas desde el exilio, ya sea en Europa o en Norteamérica. En su texto rememora a sus amigos suicidas, ruta que él seguiría a los 42 años.

 

“Expresar un asunto de forma amena y elegante: Esto es lo que se conoce como folletinismo” (p. 203). Tal la definición que no da Auburtín de esas seis columnas que en diarios de Viena, Praga y Budapest nos brindaron imágenes entrañables del fin del imperio austro-húngaro, el periodo de entreguerras, y el arco que desde Walter Benjamin reviviendo el Weimar de Goethe bien puede cerrarse con una agudísima reseña con que Tucholsky saluda la aparición de El Proceso de Kafka, en 1926.

 

Pero hay mucho más: en los inicios del nacional-socialismo la jubilosa, sarcástica y demoledora diatriba en contra de un libro mesiánico del doctor Goebbels escrita por Heinz Pool, quien llama “histérico megalómano” al jefe de propaganda de Hitler.

 

El libro La eternidad de un día rescata de la caverna de las hemerotecas esa figura casi siempre de judíos que en un café vienés, en mesas con ventanas a la calle, ven transcurrir la existencia de los otros, con desidia o ironía. Tal el caso de Oskar Maria Graf, furioso porque sus libros no fueron quemados con 94 colegas el 10 de mayo de 1933 en la plaza de la Ópera de Berlín.

 

La lista de los inquisitorialmente incinerados coincide del todo con esta selección y abre el camino para la diáspora y el exilio, que ya desde Norteamérica nos traería el perfume letal de la nostalgia y la necesidad por parte de Ernst Bloch, Alfred Döblin, Bertolt Brecht y otros de fundar en Nueva York una nueva editorial para recobrar la lengua (que es la patria) mancillada por el histrionismo de Hitler. La editorial se llamaría Aurora.

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