Crítica Literaria
El poeta de Cartagena
05 de Marzo de 2012
Juan Gustavo Cobo Borda |
Con prólogo de Juan Gossaín y epílogo de Guillermo Alberto Arévalo, recién fallecido, el Áncora Editores, 2011, ha publicado la poesía completa de Luis Carlos López, el poeta de Cartagena (1879-1950).
Madrid, Imprenta de la Revista de Archivos, Infantas, 42. 1908. Así rezaba la primera página de De mi villorio, el primer libro de Luis Carlos López. Prólogo de Manuel Cervera. Quien al hablar de estos versos dice que tienen “el desgaire, el esguince, el descuido cuidadoso del alma moderna” (p. 12).
Un mundo rural, de tierra caliente, nos brinda desde el comienzo una de las imágenes recurrentes de López: la mujer de “pupilas de gitana” que “haces de mi lo que te da la gana”. Le incumple la cita. Lo deja plantado.
Se trata de alguien ya desengañado de la política y las quimeras juveniles. Que maneja todos los artificios del modernismo, hasta el opio de China, y afirma “(Ya no me rio / de ti, Rubén Darío...)” (p.34).
Pero su mejor acierto es cuando fija, en croquis certeros, las figuras de su entorno: el barbero, el alcalde, la mujer de este, una hermana carmelita. Y el ojo censor del pueblo que le impide “ceñir amenos talles”.
También son los esbozos del paisaje, que traza con lápiz ágil, cual apuntes de viaje, los que dinamizan aún más su escritura, como en el título Cinematográfica:
“Vertiginosamente / se aleja el mar, un trozo del camino / y el precipicio que atraviesa un puente. / Y el tren a toda máquina”.
Difícil será encontrar un verso tan ceñido al tema, en esta época, y que incorpore los signos característicos de aquel tiempo (las píldoras del doctor Ross, las grasientas obras de Paul de Kock, el champagne frapee, el five'o clock tea) con mayor pertinencia y mejor humor. Su mirada es fresca pero a la vez impregnada de literatura. Risueña y pesimista, sin hiatos y capaz de ligar lo popular-campesino con la hastiada sofisticación del literato irónico, riéndose de sí mismo. Que ha venido de la ciudad al campo y que se pregunta desde la atonía ¿qué hago con este fusil?
Todo un sorpresivo acierto estas 152 páginas de su primer libro, de mirada aguda y concentración ajena a la retorica. “Seco, enjuto, ácido. Es la dieta espiritual: sin grasas”, como lo definió José Umaña Bernal.
El día 25 de agosto de 1909 se acaba de imprimir Posturas difíciles de Luis Carlos López, su segundo libro, en la Librería de Pueyo, Mesoneros Romanos, 10. Madrid.
Siguen las mismas notas sobre los pueblos de provincia y su indolente dejadez y se asoma allí el nombre de Cartagena de Indias (p. 23) donde la gente es víctima de un sacerdote o un político en sus arteras maniobras. Pero en medio de esa “viscosa multitud”, las siluetas imborrables, como aquellos que llegaron de París (p.45), se destacan con su fuerza de dibujante satírico.
“Ceñido fluz de pederasta, flor / fragante en el ojal, / mostachos agresivos de tenor / y muy agudo el ángulo facial”.
Los sonetos se suceden unos a otros, como en una galería al aire libre, y sin embargo el “ambiente” es “palúdico y viscoso” (p. 57). Se reconoce lo endeble de la rebeldía y se constata: “No hay fuerza contra la tradición” (p. 33). El pasado comienza a hacerse presente y a determinar con “la campana linajuda del viejo convento colonial” (p. 64) las actitudes de hoy. Las convenciones sociales, los prejuicios, el escalafón y la ruinosa decadencia de apellidos y mansiones.
El mar que “duerme mansamente con pesadez de fofa gelatina” (p. 86) esta allí detrás, y el ritmo marinero no deja de hacerse presente, pero todo posee el rito repetitivo de las olas sobre una playa inalterable. El romanticismo y el modernismo son parodiados, en solfa, para expresar el alma sensible del bardo y su rechazo sarcástico y su resignada aceptación de esa cárcel de piedra en que estará condenado por siempre a existir.
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