11 de Enero de 2025 /
Actualizado hace 9 hours | ISSN: 2805-6396

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Curiosidades y…


El dolor físico

11 de Noviembre de 2016

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Antonio Vélez M.

 

Existen evidencias neurofisiológicas que demuestran que los animales, desde cierto nivel evolutivo, sienten dolor. En el caso de los mamíferos, en particular, se ha demostrado que los mecanismos para la percepción del dolor son muy similares a los de los humanos. Las diferencias radican en la forma de expresarlos. En todos esos animales existen receptores especializados en percibir el dolor, denominados nociceptores, encargados de recibir y transformar ciertos estímulos en señales que viajan al cerebro. Una vez en la corteza cerebral, se interpretan como sensación de dolor.

 

El dolor tiene una función bien importante: proteger la vida. El sujeto, ante una experiencia dañina, se ve invitado a huir o a eliminar la causa. Un cerdo chilla angustiosamente, mientras que un toro no dice ni mu. Los humanos, si la sensación es muy intensa, gritamos, nos hacemos sentir, y de ese modo pedimos ayuda a los congéneres. Lo normal es que en una situación dolorosa, el individuo tome una acción correctiva: pida ayuda, se enfrente con el atacante o huya. Cuentan que, a veces, un soldado herido continúa luchando sin que el dolor lo haga detenerse, y así continúa hasta que la batalla esté definida. Vale la pena destacar que los humanos somos los únicos en el reino animal que lloramos ante un dolor físico, y lo extendemos al dolor moral.

 

Algunos taurófilos aseguran que los toros no sienten dolor. Piensan con el deseo, algo muy común en la especie humana. La prueba, argumentan, es que el toro no huye ni se lamenta ante las lesiones que le causa el torero, sino que lo enfrenta. Pues bien, la evolución hizo que estos animales, si se los hiere, ataquen, y esa es su forma natural de defenderse, para lo cual están dotados de astas mortales. Que lo diga Manolete. Es claro que aunque brama­sen o gimiesen, ningún con­génere se acercaría a ayudarles. Otra cosa muy distinta ocurre con los humanos y, en general, con todos los primates y otras especies sociales: las reacciones bullosas de dolor despiertan empatía, que deriva en ayuda.

 

Una prueba elemental de que sí existe el dolor en el ganado vacuno es el hecho de que estos animales rápidamente aprenden a respetar las cercas eléctricas. Es dolorosa la descarga eléctrica, así que el animal evita el contacto con la cerca, no la ataca. Pero si uno lo hiere, el animal no se amilana y contraataca, en lugar de chillar.

 

Para comprender el modo en que funciona el sufrimiento, quizás ha­llemos más claves estudiando una rara enfermedad que se produce cuando se lesionan ciertas partes del cerebro: las víctimas de la llamada asimbo­lia del dolor. Los afectados sí reconocen lo que los demás llaman dolor, pero esa sensación no les resulta desagradable e, incluso, pueden reír como respuesta a ella, lo cual sugiere que han perdido cier­tas percepciones que son comunes a casi todos los humanos. Se produce tal anomalía por daño en el córtex insular. Rodolfo Llinás agrega que también se debe a lesiones en el córtex cingulado (en el lóbulo frontal). La misma área cerebral, dice Llinás, que se activa cuando cometemos un error imperdonable, vergonzoso. Hoy se sabe que una mutación en el gen SCN9A causa la pérdida de la señal nocioceptiva. 

 

La asimbolia la conocemos gracias a las declaraciones de unas pocas personas que resisten el dolor sin importarles. Cierto sujeto declaró que, mientras asistía a una obra de Berthold Brech, después de que un dentista le hubiese extraído dos muelas cordales, sentía un dolor punzante en su encía, pero no tenía dificultad alguna para disfrutar de la obra. De hecho, se reía todo el tiempo, y en ocasiones soltaba carcajadas, aunque la obra no era humorística. En la Universidad de McGil, en Montreal, se estudió un niño que no sentía dolor, pero eran normales las sensaciones del tacto y de la temperatura. El niño aprendió a prevenir los daños observando los comportamientos de las personas normales.

 

En todo caso, hemos de vivir agradecidos con la vida por el hecho de sen­tir dolor, ya que nos protege de posibles daños, o bien suprimiendo la causa, o porque nos inmoviliza, lo que permite que la zona herida se cure. El dolor también hace que nos protejamos huyendo, y nos enseña a no cometer los mismos errores. Muchos humanos olvidan los beneficios del dolor y se lo atribuyen al pecado, o al demonio.

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