21 de Julio de 2024 /
Actualizado hace 1 día | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Impreso

Columnistas

¿Qué pasa si gana el No?

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Jaime Castro

Exministro y exalcalde de Bogotá

jcastro@cable.net.co

 

Todos los factores reales de poder, tanto públicos como privados, están a favor del Sí. Para que gane el No tendría que darse un tsunami político comparable con el que narra Saramago en su Ensayo sobre la lucidez y que tuvo lugar cuando el 80 % de la ciudadanía votó en blanco, sin que nadie hubiese hecho campaña a su favor ni utilizado conocidas formas de proselitismo. Fue expresión sorpresiva, espontánea y auténtica de voto protesta contra la situación que reinaba, voto rechazo a los actores de la vida pública y voto castigo a los gobernantes.

 

El triunfo del Sí cambia muy poco la situación existente: seguirá la misma coalición de Gobierno y las gastadas artes políticas continuarán haciendo de las suyas. En cuanto a la implementación del Acuerdo Final, el Gobierno, con mandato popular expreso y claro, que renovará el que ya tenía, conseguirá que el Congreso apruebe las leyes y reformas constitucionales que requieran de esa formalidad para el cumplimiento de las obligaciones adquiridas en 297 páginas a nombre del Estado y de varios gobiernos.

 

Si triunfa el No, hipótesis que debe contemplarse, el escenario cambia y seguramente dará lugar a la presencia de quienes manejen la situación sin los afanes de las candidaturas que todavía no se atreven a decir su nombre, pero que saldrán pronto del closet, porque ya De la Calle anunció la de Timochenko.

 

La Corte Constitucional tenía la obligación jurídica de referirse a una eventual victoria del No, así como desarrolló el triunfo del Sí. Lo hizo de manera precisa e inequívoca en su Sentencia C-379 del 2016 que, como toda decisión judicial, obliga a las autoridades y a los particulares.

 

Dijo la Corte que el plebiscito no tiene “por objeto someter a consideración de la ciudadanía las facultades que la Constitución confiere al Presidente para mantener y conservar el orden público a través de diferentes vías, entre ellas la salida negociada del conflicto mediante la suscripción de acuerdos con grupos armados irregulares”. Estas atribuciones del Jefe del Estado se “mantienen incólumes”, no importa cuales sean los resultados de las urnas, entre otras razones, porque “no fueron puestas a consideración del pueblo”. En razón de lo anotado y en ejercicio de facultades que el plebiscito no castigó ni redujo, el Presidente puede poner “a consideración del pueblo una nueva decisión, con unas condiciones diferentes a las que inicialmente se pactaron, fruto de una renegociación del Acuerdo anterior o la suscripción de uno nuevo”, lo cual significa que se puede someter “a refrendación popular una decisión política de contenido diferente”.

 

Ante esa posibilidad y obligación política, el Gobierno ha reaccionado con lenguaje amenazante.

 

También dice que se perderían cuatro años de negociaciones, porque ya había hecho lo que tenía que hacer y será su remplazo quien decida el camino por seguir. Seguramente recordó que no puede renunciar al ejercicio de sus atribuciones y, por eso, sostiene igualmente que la renegociación es “inviable ficción”.

 

Las Farc piensan bien distinto, tal vez porque tienen hoja de ruta y saben lo quieren, a más de que a ellas no se les acaba ningún periodo, pues el suyo no coincide con el del Gobierno. Por eso, uno de sus comandantes y negociador en La Habana, Carlos Lozada, dijo: “si llegare a producirse la victoria del No, el proceso debe continuar”.

 

Quienes consideran que el Acuerdo Final no es revisable, se equivocan, porque no tienen en cuenta que las Farc tomaron la decisión inmodificable de renunciar a la lucha armada, por varias razones. No fueron derrotadas militarmente hasta la rendición, pero tampoco lograron sus propósitos en más de 50 años de rebelión. Cuatro o más generaciones de guerrilleros se sacrificaron inútilmente. Su situación militar les es cada día menos favorable. Una cosa era enfrentar a soldados reclutas armados de fusiles máuser punto 30, y otra, bien distinta, a soldados profesionales provistos de armamento de última gama, apoyados por cuerpos especializados de la fuerza pública y aviones inteligentes. Eso explica que los primeros jefes de las Farc (Tirofijo, Jacobo Arenas) hayan fallecido de muerte natural, suerte que no tuvieron varios de sus más conocidos remplazos. El contexto internacional tampoco es favorable para ninguna organización narcoterrorista. Por eso el apoyo externo que está recibiendo el proceso en curso.

 

Las Farc no se pararán entonces de la mesa. Según Carlos Fuentes y Antonio Caballero, son guerrilla envejecida que tiene en la negociación la mejor salida a su insostenible situación de rebeldía armada. A esa determinación – no cancelar las negociaciones, aunque se presentaran situaciones adversas – obedeció que, según cuenta Timochenko, Alfonso Cano haya ordenado no ejecutar los tres atentados que sus milicianos habían preparado contra el Presidente Santos y que sus plenipotenciarios en La Habana no hubieran terminado las conversaciones cuando el mismo Cano murió por operativo de la fuerza pública.

 

Las Farc no son tigre de papel, sin subestimar su capacidad bélica, pero también es cierto que les interesa tanto su conversión en partido político que lucha por el poder como a todos los colombianos que esperamos que ello ocurra pronto.

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