26 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 20 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Columnista Online

La verdad de las mentiras sobre lo que no es el populismo (II)

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Joaquín Leonardo Casas Ortiz

Abogado de la Universidad de Medellín

Doctorando en Estudios Políticos de la Universidad Externado de Colombia

 

En la primera entrega se trazaron unas breves líneas sobre lo que no es el populismo y ahora se trata de hilvanar algunas ideas que positivamente vinculen populismo y democracia, esta última no vista ya con su clásico y quizás envejecidos harapos, sino vestida con el atuendo propio para una velada propia del siglo XXI a la que asisten, además de los viejos y nuevos populismos, otros invitados, entre los que se cuentan los movimientos sociales y políticos tradicionalmente excluidos de la cena democrática representativa. 

 

Populismos: ¿una forma “verdadera” o una “impostura” política? Tiene dicho la literatura especializada que escribir sobre populismo no es nada original y que se ha vuelto un cliché y quizás, por tal razón, todo el mundo lo usa impunemente, con lo cual se contribuye a que muchas veces se hace uso de la palabra sin ofrecer una definición clara, de tal manera que la confusión conceptual está servida. No es posible aquí dar cuenta de una geografía del populismo y sus diferentes perspectivas de análisis, de manera que, contrario a una tragedia del populismo, verlo como antidemocrático o apostarle a una definición inequívoca y totalizadora, se opta por aquellas narrativas que indican, por ejemplo, que el populismo es una forma de poder político reconocido e incómodo para los gobiernos de turno, ya sean de izquierda o de derecha, y que, en todo caso, las eclosiones populares son propias siempre de momentos de crisis social y ello es una constante histórica en toda América Latina. En esa dirección, es plausible decir que, con no poca frecuencia, los populismos vienen preñados de reclamos desatendidos y el líder calificado de populista, las enmarcan dentro de una política que enfrenta al pueblo con una élite intransigente.              

 

¿Colapso de la democracia liberal occidental a causa de los populismos? Sin lugar a duda, la democracia ha perdido en alguna media su esencia, y su banalización ha conducido a que cada vez se sepa menos respecto de su verdadero alcance y profundidad. Con ese panorama, quizás una respuesta afirmativa es irresponsable, tanto desde el punto de vista teórico, como empírico, ya que los populismos, per se, no son necesariamente la causa de la pulverización de las democracias liberales occidentales y mucho menos en el contexto de América Latina, donde han sido más aparentes que reales. Decir que en Colombia la democracia está en jaque vía populismo no solo es una ingenuidad teórica -aunque asegura algunos aplausos y tiene sus frutos desde el punto de vista electoral-, sino que además evidencia un desconocimiento mayúsculo e inexcusable de la historia de las ideas políticas, ya que desde Tucídes, en el siglo V a C. la democracia goza de mala fama y según dejó escrito Rousseau, tomando el término en su acepción más rigurosa, jamás ha existido verdadera democracia, y no existirá jamás.

 

Así, la pregunta respecto de si la democracia es la mejor forma de gobierno siempre está presente, al igual que aquellas otras que indagan sobre si es cierto que en democracia se realizan plenamente las libertades o de qué tan democrática es la democracia. El enemigo no es el populismo, sino que la democracia y sus mitos son inherentemente populistas y, en ese sentido, no es que los populismos representen la quiebra del sueño ilustrado, sino un termómetro de las promesas e ilusiones perdidas del proyecto democrático representativo de la modernidad.            

 

Finalmente, Martha Nussbaum nos recuerda que el miedo tiende con demasiada frecuencia a bloquear la deliberación racional, envenena la esperanza e impide la cooperación constructiva en pos de un futuro mejor. Así, lo que no se puede permitir es que la narrativa mezquina que acompaña el voraz apetito por el poder presidencial nos paralice de miedo por cuenta del uso instrumental de la noción de populismo que lo atrapa en la disyuntiva “ellos” y “nosotros”, negándole así su posibilidad de ser también parte constitutivo de la democracia y posibilite que los reclamos sociales sean atendidos e incluidos en la política pública y agenda del gobierno de turno.

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