De los fiscales dicen que…
07 de Noviembre de 2018
Omar Eduardo Gil
Director División Derecho Penal y Disciplinario del Centro de Servicios y Asesorías Censea SAS
Hace pocos días, se hizo público en las redes sociales, y luego en un canal de televisión, un video que muestra la intervención de un fiscal en una audiencia. Nada raro tendría ello a no ser por la seria aflicción que se notaba en el funcionario al quejarse, con razón, dice la mayoría, por las condiciones en que tanto él como sus pares deben realizar su trabajo.
Para quienes de una u otra forma deben intervenir en una diligencia de carácter penal no es un secreto, así algunos lo quieran minimizar y hasta desmentir, que las condiciones de trabajo en la Fiscalía dejan mucho que desear y hasta resultan atentatorias contra la dignidad humana de quienes tienen bajo su responsabilidad el ejercicio de la acción penal. Esta es una muestra de ello: los que saben, por vivirlo a diario, dicen que un fiscal de aquellos que llaman “de indagación” tiene a su cargo, por virtud de una reciente reestructuración y en el mejor de los casos, un poco más de mil carpetas o investigaciones entre desformalizadas y las pendientes de ir o no a juicio; dicen que el fiscal debe desarrollar su trabajo y ejecutar su programa metodológico impartiendo órdenes a solo un policía judicial, que debe atender tres despachos más, cuando lo mínimamente justo sería que cada fiscal tenga al menos tres investigadores a su servicio. Y dicen también que, aunque estemos en la moda de la virtualidad y lo digital, que muchos todavía se resisten a implementar y utilizar, el papel es bastante escaso, así como las fotocopiadoras o los insumos indispensables para que funcionen.
Y qué no decir de los fiscales “de juicio”. En promedio, dicen que asisten a unas 10 audiencias diarias, entre acusaciones, preparatorias y de juicio, donde es común verlos en el necesario diálogo con “sus testigos”, que apenas acaban de conocer, tan solo minutos antes de pasar al estrado, pues sus jornadas laborales de unas 15 horas diarias, repartidas entre asistir a las audiencias que les corresponden y su indispensable preparación en la madrugada o en avanzadas horas de la noche, no les permiten hacerlo de otra forma. Dicen también que corren de un juzgado para otro y que, incluso, de un lado para otro de la ciudad donde laboran por aquello de las distintas sedes de los diversos despachos, sean ellos de conocimiento o de control de garantías.
Es tanto lo que dicen que dizque ahora los fiscales, al estilo de empresas como bancos o concesionarias de vehículos, deben cumplir con metas que, para lograrlas, o por lo menos procurar hacerlo, los llevan a pasar por un estrés laboral de tal magnitud que los tiene ahora como asiduos visitantes de sicólogos y siquiatras, pues, literalmente, no soportan más tanta carga laboral, tanta presión que no es ni se puede entender de la actual administración, como si fueran los culpables de lo que está sucediendo, para que un fiscal no aguante más, para que estalle y para que termine llorando en una audiencia.
Los fiscales y la gente de la Fiscalía son seres humanos tan iguales como jueces, procuradores y defensores. No son los malos del paseo, a quienes por su condición todo les debe pasar. Son unas víctimas más de la improvisación del proceso penal, de la inequitativa capacitación, de la falta de recursos, de la insuficiencia de personal, de la inexistencia de política criminal, del continuo e irracional aumento punitivo como solución a un buen número de problemas sociales. Y como víctimas, merecen la atención del Estado, pues la dignidad humana se tiene que respetar dentro y fuera del proceso penal. Así, pues, que no solo se diga, sino que también, por el bien de todos, se haga, como es debido, sin dilaciones ni excusas.
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