El silencio es salud

Tito Livio Caldas

Presidente del Consejo Editorial ÁMBITO JURÍDICO

Hace muchos años, visitando Buenos Aires por allá en 1975, tuve la satisfacción de observar enormes vallas, en sitios estratégicos de esa gran ciudad, con la sola frase que da nombre a este artículo. Esas vallas fueron colocadas en desarrollo de una campaña contra el ruido, pero con tan mala suerte que por significados ligados a las dictaduras militares que se sucedieron en esos años, la frase se opacó en Argentina; pero es tan sencilla y breve y tan expresiva y pedagógica, que ha revivido como mensaje muy eficaz en campañas educativas contra el ruido.

Para apreciar la importancia de luchar contra el ruido en defensa de nuestra salud auditiva, podríamos comenzar por imaginar a nuestra propia especie, los hommo sapiens, en sus tiempos primitivos, deambulando por sus selvas y praderas de África. En esas épocas sus oídos debían permitir al hombre captar lo casi inaudible como condición vital para facilitarle la caza y no ser fácilmente cazable... Imaginemos lo que pasaría hoy con hombres urbanos trasladados a esas mismas selvas y praderas: quizás no sobreviviría ninguno.

Los múltiples ruidos urbanos de nuestro días, en particular los desesperantes del tráfico y la música popular, utilizada esta y vulgarizada por los más diversos medios técnicos, se oyen a toda hora y en todas partes. Es increíble, pero algunos dueños o gerentes de centros comerciales, restaurantes y otros sitios de comercio creen que la música trae alegría y clientes para sus negocios, pero se ha comprobado hoy, en todas las ciudades civilizadas del mundo, que realmente es todo lo contrario: la gente llega porque lo necesita, pero llega fastidiada y cada día más consciente de los deterioros auditivos y cerebrales que el ruido produce y, cada día más informada, la gente sabe que la música por bella que sea, con ruidos simultáneos, se convierte en otro ruido.

El rechazo al ruido ya no es de élites: ha descendido muchos niveles, como lo ha hecho la educación también en casi todo el planeta. Nuestra bella música popular, ofrecida en momentos inadecuados y de manera excesiva y a altos decibeles, se torna en agresión inaguantable, vulgar y, además, barata, porque todos sabemos que los micro-derechos de compositores generalmente no se pagan.

El autor de este artículo puede afirmar que en los mejores restaurantes de New York, Londres, París, Madrid, Roma, Barcelona, es decir, los del seno de la civilización occidental, no se toca ninguna clase de música, ni siquiera tonalidades clásicas en niveles bajos. Parece que para los mejores restaurantes del mundo el valor del silencio es parte esencial de la calidad gastronómica y del servicio en ambientes agradables, de buen gusto, tranquilos, relajados, de alta calidad. Es lo que atrae clientes ídem, y fieles.

Finalmente, si se trata de encuentros románticos, debo agregar algo pertinente al tema que acabo de leer en En el enjambre, de Byung-Chul Han, residente en Alemania y profesor de filosofía en la Universidad de Friburgo. En su nuevo libro, este autor analiza de qué modo la revolución digital, el internet, los móviles y las redes sociales están transformando la esencia misma de la sociedad. Al respecto afirma que las frases incisivas, brillantes, del buen diálogo en una cena, son producto de ambientes relajados, no ruidosos, como también lo son las expresiones tiernas, cálidas y convincentes de los enamorados, propias de las pausas, del mirarse y sonreír. Todo esto es algo que no puede producir el cerebro y los sentimientos sino en esos ambientes agradables, tranquilos y poco ruidosos, que -agrego yo- han preferido y resguardado los buenos restaurantes.