Ámbito del Lector
Adiós a Jacques Vergés*
03 de Septiembre de 2013
El maestro Jacques Vergés, el abogado litigante más grande de todos los tiempos, se ha ido de este mundo a los 88 años, de seguro para seguir ejerciendo en el más allá. Ni la muerte podrá detener la pasión del gigante Vergés por el Derecho y la defensa penal.
Vergés se caracterizó durante toda su existencia por ser un transgresor. Los casos más polémicos y de mayor controversia para la sociedad eran los que despertaban el interés del maestro. Nunca pretendió contemporizar con nadie, fue consecuente y coherente a más no poder. Su prolífica y extraordinaria carrera profesional siempre estuvo guiada por su afinado sentido de la justicia y de lo que creía correcto, independientemente de lo que pensaran los demás.
Hijo de un diplomático francés y una institutriz vietnamita, nacido en Tailandia y educado en París, Jacques Vergés partió en dos la historia del Derecho Penal contemporáneo. Creador de la defensa de “ruptura”, un método revolucionario y genial, que consiste en acusar a los acusadores de los mismos delitos imputados al procesado, buscando con ello justificar su conducta.
Abogado de guerrilleros argelinos acusados en Francia de terribles actos terroristas; de Kieu Sampa, líder de los temidos Jemeres Rojos de Camboya; de El Chacal, el conocido terrorista internacional; del exoficial nazi Klaus Barbie, y del expresidente serbio y yugoslavo Slobodan Milosevic, entre muchos otros peculiares personajes de los distintos espectros ideológicos. Vergés entendió desde siempre que el abogado defiende al ser humano y no al delito: era un humanista por excelencia.
Gracias a Vergés interioricé de una forma más clara y definitiva para mi propio ejercicio profesional como abogado defensor, que todas las personas, sin excepción, tienen derecho a la defensa, por más abominable que sea el crimen del que se les acusa; que un proceso judicial sin representante legal es un espectáculo grotesco e inhumano parecido al circo romano; que el abogado es absolutamente necesario para llevar a cabo un juicio civilizado y no un linchamiento, y que en un Estado de derecho o en una democracia no hay causas indefensables.
Tuve el honor de ser amigo del maestro, de aprender de su inconmensurable sabiduría y experiencias. Disfruté del placer embelesante de su cultura infinita, al calor de un coñac y el humo de un habano. Vergés era un hombre fascinante, un padre ejemplar, un ser humano integro e irreductible, un abogado como no habrá otro.
El maestro Jacques Vergés era un renacentista, como debe serlo todo buen abogado. Actor, músico, poeta, activista, filósofo y escritor. En él convergían un sinnúmero de virtudes que opacaban por completo los defectos que seguramente tendría, pero de los cuales nunca me percaté.
El escenario de su partida no pudo ser mejor. La Sala Voltaire, exactamente en el Quai Voltaire, en París, mientras cenaba con su familia. En ese mismo recinto murió, en el año 1778, el pensador francés. Fue un lugar ideal para el último acto de quien, como Voltaire, cultivó el arte de la valentía, la rebelión y el cambio permanente.
Vergés era un artista, y esa condición no lo abandonó ni siquiera en sus horas postreras. Falleció de un paro cardiaco, para probarle al mundo que los penalistas sí tenemos corazón.
“Je vais prendre lui pour toujours dans le cœur, maitre bien aime”.
Abelardo De La Espriella
Abogado, Bogotá
*Texto resumido
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