Mirada Global
Los países frugales vs. los Estados Unidos de Europa
Daniel Raisbeck
Decía el gestor de fondos de inversión estonio-británico Nils Taube (1928-2008) que su éxito bursátil -su retorno anual fue del 15 % en promedio durante más de tres décadas- se debía a la práctica de invertir solo en países donde la gente usaba abrigos pesados en el invierno. La aplicación de dicha filosofía se dificulta dentro de la Unión Europea (UE), cuyos países miembros avanzan hacia la mutualidad de la deuda desde su última cumbre.
Varios analistas celebraron la noticia y la compararon con la política de Alexander Hamilton, el primer Secretario de Estado de Estados Unidos, de permitir que el nuevo gobierno federal pagara la deuda que habían asumido algunas de las antiguas colonias durante la Guerra de Independencia. Este fue un paso crucial en la creación de un solo país entre varios estados (e pluribus unum).
Ciertamente, la emisión de la deuda conjunta ha sido una meta de los eurofederalistas, quienes buscan mermar la soberanía nacional -incluyendo la soberanía fiscal- con el objetivo de crear los Estados Unidos de Europa.
Aunque todavía no es un hecho, en la reciente cumbre de Bruselas, llevada a cabo durante la tercera semana de julio, la canciller alemana Angela Merkel abogó por la emisión de deuda conjunta. Esta fue quizá la más inesperada consecuencia política de la actual pandemia.
No hace mucho tiempo, Merkel y su entonces ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, se oponían férreamente a la idea de responsabilizar al contribuyente al fisco alemán de la deuda de Grecia, Italia y otros países que no han sobresalido por su prudencia fiscal durante las últimas décadas.
Sin embargo, donde unos ven un “momento Hamiltoniano” que dispara a Europa hacia una unión federal, otros ven el inicio de nuevos choques internos a raíz de la erosión de la soberanía. De hecho, en la cumbre de Bruselas surgió el grupo de “Los cuatro frugales” -Holanda, Austria, Suecia y Dinamarca-, países que, junto a Finlandia, se resistieron a la transferencia directa de recursos a Italia, España y otros países poco solventes que solicitaron fondos para mitigar las pérdidas que han sufrido por causa del covid-19.
Las naciones frugales -o “países fríos” en los términos de Taube- preferían una serie de préstamos atados al cumplimiento de medidas de austeridad por parte de los miembros del “Club del Mediterráneo”. Aunque debieron ceder ante la insistencia de Francia y Alemania, los frugales lograron reducir el monto de transferencias directas de 500.000 a 390.000 millones de euros. Más importante aún fue el liderazgo de facto de Mark Rutte, el primer ministro holandés, a quien los medios apodaron “El señor No, no, no”, una clara referencia a Margaret Thatcher.
Como escribió la revista londinense The Spectator, “los conocedores de las cumbres europeas habrán recordado épocas anteriores, cuando a una recalcitrante Gran Bretaña constantemente se le acusaba de frustrar los sueños de una unión federal cada vez más compacta”. En la ausencia del Reino Unido tras el brexit, los cuatro frugales asumieron el manto de villanos; a Rutte “hasta lo acusaron de comportarse como los británicos”.
Al exacerbar las tensiones entre los países del norte que, en términos netos, contribuyen al presupuesto común y los recipientes netos del sur, la Comisión Europea, Francia y Alemania pueden estar instigando el euroescepticismo a través del continente.
Es más, los holandeses han demostrado en las urnas ser tan sospechosos de la expansión federal de la UE como los británicos, por ejemplo, al rechazar la Constitución Europea en el 2005 y la incorporación de Ucrania en el 2016. Tampoco sorprende que la oposición de Rutte a la creación de una “unión de transferencias” monetarias del norte hacia el sur haya sido bien recibida en su país.
Pero no es solo en países septentrionales y forjados por la ética protestante donde ha crecido la resistencia hacia la superestructura europea de Bruselas. Según una encuesta, solo el 37 % de los italianos dijo considerar la membresía a la UE como algo positivo a finales del 2019, resultado del estancamiento económico desde que Italia adoptó el euro en el 2002 y del fuerte impacto de la reciente ola migratoria del Mediterráneo. La pandemia ha exacerbado tales sentimientos. En marzo, un sondeo reveló que solo el 25 % de los italianos confiaba en la UE, percibida como poco solidaria mientras miles morían en el norte de la península.
Para Alemania, cuya clase política considera el proyecto pan-europeo como un vehículo para expiar los pecados del nacionalsocialismo, el avance hacia la unión de transferencias trae consigo el riesgo de repeler a los demás países del norte. Con esto, se podría cumplir la predicción del historiador escocés Niall Ferguson, quien argumentó que los países escandinavos optarían por no ser parte de los Estados Unidos de Europa, sino más bien unirse a Noruega en una “Liga Nórdica” independiente.
Opina, Comenta