Pensar antes de tuitear: la responsabilidad de los presidentes en las redes sociales
Laura Tatiana Torres Useche
Docente Maestría en Innovación en Derecho Digital y Legal Tech
Universidad Sergio Arboleda
En la era digital, la política contemporánea ha experimentado una metamorfosis radical gracias a la expansión de las redes sociales. En consecuencia, plataformas como Twitter han pasado de ser un espacio para compartir ideas y noticias a un actor central en el escenario político global y emerger como una plataforma clave que ejerce un poderoso impacto en la esfera política. Sin embargo, este influjo no siempre ha sido positivo, ya que la desinformación se ha convertido en un desafío omnipresente.
Es así como líderes políticos, candidatos a cargos de elección popular y figuras públicas encuentran en Twitter una vía directa para comunicarse con sus seguidores, lo que les otorga una visibilidad y una influencia sin precedentes. No obstante, esta instantaneidad y falta de verificación han desencadenado una crisis de desinformación.
Uno de los ejemplos más destacados fue cuando el ex presidente de EE UU Donald Trump tuiteó sobre el huracán Dorian en septiembre del 2019. En aquel momento, Trump publicó una serie de tuits afirmando que el huracán Dorian representaba una amenaza significativa para varios estados, incluido Alabama, y que la tormenta podría impactarlos “muy duro”. Sin embargo, la información proporcionada por el Servicio Nacional de Meteorología en ese momento no incluía a Alabama como uno de los estados en riesgo.
Posteriormente, en el 2020, fue el entonces presidente de Brasil Jair Bolsonaro, quien desestimó la gravedad de la pandemia, comparando el covid-19 con una “gripecita” y argumentando que el brote estaba siendo exagerado por los medios de comunicación y los opositores políticos. Además, defendió públicamente el uso de la hidroxicloroquina como un tratamiento efectivo para el virus, a pesar de que no había evidencia científica sólida que respaldara esa afirmación en ese momento.
Pero Colombia no es la excepción: el presidente Gustavo Petro, durante el mes de mayo, mediante su cuenta de Twitter, anunció como primicia que los niños desaparecidos tras el accidente de la avioneta en las selvas que conectan al Caquetá con el Guaviare habían sido encontrados con vida. Si bien el trino fue eliminado horas después y el mandatario tuvo que excusarse por dar una información errónea al país, afirmando que se había tratado de un error en la información entregada por el ICBF, dicha situación dejó un sinsabor en los internautas al encontrar el trino del presidente deliberado e irresponsable, teniendo en cuenta su calidad de máximo dignatario de Colombia.
Al respecto, si bien el presidente Petro alegó la culpa sobre un tercero y recalcó que “ni siquiera había escrito el trino”, lo que sí queda en evidencia es la falta de responsabilidad en su calidad de mandatario sobre el manejo de la información que difunde, pues, como figura pública, sus mensajes tienen un alto impacto y pueden influir en la opinión pública de manera significativa, incluso cuando la información compartida carece de veracidad.
Dichas circunstancias dejan en boga la necesidad de encontrar un límite adecuado entre el ejercicio de la libertad de expresión de los presidentes a través de sus redes sociales y su responsabilidad como altos dignatarios, quienes deben asumir que el alcance y la velocidad de propagación de sus trinos pueden ser especialmente impactantes.
La desinformación en Twitter, propiciada por los líderes de diferentes Estados, ha terminado en una polarización creciente y una disminución de la calidad del debate político. En consecuencia, cada vez más los usuarios se aferran a sus puntos de vista preexistentes, compartiendo y creyendo en información que refuerza sus creencias, independientemente de su veracidad. Dicho fenómeno crea burbujas de información gracias a la dinámica de los algoritmos, en las que las personas se aíslan de perspectivas alternativas y favorecen la distorsión del debate público.
No obstante, si bien existen discursos enfocados en combatir la desinformación y las plataformas se han abocado a tomar medidas contra la desinformación como una tarea esencial para garantizar una sociedad informada y una democracia saludable, en la práctica resulta ser un camino arduo y complejo. La rápida propagación de información en las redes sociales y la dificultad para verificar la veracidad de cada mensaje dificultan la tarea de frenar la desinformación en su totalidad. Además, el desafío de equilibrar la libertad de expresión con la protección contra la difusión de información falsa agrega una capa de complejidad a esta problemática. En este contexto, la educación pública sobre la importancia de la verificación de fuentes y el pensamiento crítico se vuelve fundamental para que los ciudadanos puedan discernir entre información veraz y desinformación en un entorno digital abrumado por la información.
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