Nuestros recuerdos, nuestra memoria
María José Rodríguez Suárez
La Diosa Mnemosyne es la deidad femenina que, en la mitología griega, está encargada de proteger y cuidar las memorias del pasado para que las generaciones futuras accedan a estas. Dicha tarea fue remitida a una labor tradicionalmente femenina –descrita y problematizada por Nira Yuval-Davis (2004)–, quien afirma que las mujeres han estado “a cargo de la reproducción biológica, cultural y simbólica de las naciones a través de la transmisión de los valores de una generación a otra” (Género y Nación. Editorial: Flora Tristán), incluso y aún con mayor importancia en periodos de transición.
En ese sentido, las investigaciones feministas son diversas en cuanto a la relación existente entre memoria y género, ya que tradicionalmente dicha relación se ha analizado desde dos perspectivas. Por un lado, los estudios de género han abogado por encontrar en los procesos de recordar una estrategia política para reconstruir y revivir aquellas narrativas que históricamente han sido silenciadas por versiones patriarcales y masculinas, en su gran mayoría. Por el otro, el campo de la memoria colectiva ha hecho un esfuerzo por preguntarse por el impacto que tiene sobre las mujeres la vivencia de experiencias traumáticas y, generalmente, violentas, sobre todo en situaciones de violencia sexual.
Adicionalmente, otras investigaciones han adelantado trabajos de “contra-memoria”, en los que buscan oponerse y cuestionar narraciones y memorias hegemónicas de la realidad social a la hora de establecer verdades y construir la historia. La cuestión por “la condición de género de la memoria” se abordó desde dos perspectivas: la primera se ha concebido a través de la construcción de lo que denominan “una memoria de lo femenino”, mientras que la segunda se ha hecho a través del análisis del modo en el que se transmiten y visibilizan las memorias de las mujeres, las cuales suele centrarse en la esfera privada.
Por último, se han propuesto algunos trabajos críticos que problematizan las formas más tradicionales de pensar la relación mencionada. El análisis de Janet L. Jacobs acerca de la representación de las mujeres en el memorial de Auschwitz da cuenta de una memoria generalizada en el Holocausto[1]. La autora explica que la manera en la que las mujeres han sido concebidas como víctimas del Holocausto se construye a partir de dos ángulos: (i) las mujeres desde su rol de madres y del sufrimiento materno y (ii) como víctimas sexuales, tratadas como objetos y sometidas a la subyugación constante.
En un proceso de justicia transicional, es necesario tener en cuenta que se le debe otorgar un lugar central a las memorias de las mujeres, pues tienen formas particulares de hacer memoria y, también, de olvidar. Cuando las mujeres, creadoras y portadoras de recuerdos, hacen memoria del conflicto hablan desde un lugar que históricamente se les ha atribuido: se refieren a lo que les sucedió a sus hijos, a sus esposos o a sus hermanos. Pero, con muy poca frecuencia, hacen referencia a ellas mismas. Siendo así, resulta problemático que la mujer a la hora de hacer memoria en un proceso de justicia transicional se desvanezca en los parámetros históricos que le han sido asignados y terminen concibiéndose como víctimas por el solo hecho de tener una relación con los hombres que han sido afectados a su alrededor, y no por lo que les ha pasado a ellas mismas y a sus cuerpos.
[1] Jacobs, Janet. Gender and collective memory: Women and representation at Auschwitz. Memory Studies.
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