Naciones Unidas pide eliminar la palabra “señorita”
Fernando Ávila
Fundación Redacción
¿Quién de ustedes no le ha dicho “señorita” a la cajera, a la azafata, a la operadora telefónica, a la vendedora, a la recepcionista, a la alumna, a la hija? Casi siempre lo hacemos mecánicamente para dirigirnos a la persona que nos atiende en la cafetería, en el almacén, y a veces con la intención de dar mayor énfasis a lo que sigue, “Señorita, usted no ha cumplido los 18, así que debe obedecer mis órdenes”.
Mujer soltera
Señorita se definía antes como ‘doncella’ o ‘mujer virgen’ y ahora como ‘mujer soltera’, pero perfectamente su uso se extiende a mujeres casadas y a madres de familia, que atienden al cliente en servicios comerciales. Uno sabe que, por ejemplo, cierta cadena de restaurantes de caché contrata como empleadas a madres cabeza de familia, y no tiene ningún inconveniente en dirigirse a ellas con el vocativo “señorita”, “¡Señorita, la cuenta, por favor!”. Las así llamadas señoritas, que estrictamente no lo son, se sienten honradas con ese apelativo.
Hasta el siglo pasado era frecuente que en una casa vivieran varias hermanas solteras. Unas eran dueñas de colegios para señoritas, otras trabajaban como secretarias y otras estaban ya pensionadas. Lo cierto es que esa categoría de señoritas, “las señoritas Rodríguez”, les daba un estatus que inspiraba total respeto entre los vecinos.
Hoy se repite con frecuencia ese diálogo entre cachaco y costeña en el que el hombre le dice a la chica “sí, señora”, y ella le contesta con marcada vocalización “señorita”. Los cachacos decimos “sí, señora”, sin hacer distinción entre “señora”, mujer casada, y “señorita”, mujer soltera, pero esa advertencia de la mujer, frecuentemente con tono de broma o de amable coquetería, lleva consigo toda una información intencional. Hay también mujeres mayores que reclaman el trato de “señoritas” para poner de presente que nunca se han casado, y que esperan por ello el trato deferente que corresponde a su condición.
Señorita Colombia
En los colegios bilingües, los alumnos se dirigen a las profesoras con el nombre miss (‘señorita’, en inglés), “Buenos días, miss Carolina”, “Miss, se me olvidó la tarea”, “Nos vemos mañana, miss”. Y en el tradicional concurso de belleza de Cartagena se le daba cada 11 de noviembre el título de “señorita Colombia” a la ganadora, que después tenía la opción de participar en Miss Universo. Aquí la palabra señorita y su versión inglesa miss cobran más categoría.
A diferencia de “señorita”, el término “señorito” no se usa para referirse al hombre soltero, sino al hombre melindroso. Señorito es en Europa el muchacho que pertenece a la nobleza y tiene criados a su servicio, lo que puede verse en películas de época, pero en Colombia y países circundantes, “señorito” es un ‘hijo de papi’, suficientemente acomodado en su ámbito social como para luchar por salir adelante, como nos toca a la mayoría.
Así, “señorito” termina siendo insulto, mientras que “señorita” termina siendo elogio.
Lo dicho viene a cuento porque Naciones Unidas, en sus instrucciones de lenguaje inclusivo, pide excluir la palabra “señorita”, que pone de presente, sin venir a cuento, el estado civil de la mujer, lo que no se suele hacer en el caso del hombre. Eso le da a “señorita” la categoría de palabra discriminatoria. ¡Háganme el favor!
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