25 de Noviembre de 2024 /
Actualizado hace 31 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Al Margen

Los “terraplanistas”

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Juan Manuel Camargo G.

Que la Tierra es redonda es uno de los conocimientos más arraigados en nuestra psique. Se dice que los griegos lo sabían ya en el siglo V a. de C. y, en el siglo III a. de C., Eratóstenes, incluso, midió la circunferencia del planeta, basado en el ángulo en el que la luz del Sol cae a mediodía en pozos de agua situados en ciudades distintas. El resultado al que llegó fue de 39.245 kilómetros, muy cercano a la medición actual (40.008 kilómetros).

Después de eso, la humanidad ha recopilado abundantes pruebas de que nuestro mundo es una esfera. Los primeros barcos que circunnavegaron la Tierra y volvieron a su punto de origen pertenecían a la expedición comandada por Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano, entre 1519 y 1522. Luego vendrían los aviones, los satélites, los viajes a la Luna. Al alcance de todos hay experimentos sencillos; por ejemplo, pararse en la playa y ver un buque que navega hacia el horizonte. Lo último que veremos es su parte superior, como si el buque descendiera a medida que se aleja. Con todas esas pruebas, se diría que, hoy en día, solo algunas culturas aisladas defienden la idea de que la Tierra es plana.

Pero no es así. En el 2018, Forbes informó sobre una encuesta del gobierno de EE UU que reveló que un sorprendente 16 % de la población encuestada no estaba seguro de que la Tierra fuera esférica. Peor aún, en el rango entre 18 y 24 años de edad, el porcentaje de escépticos o inseguros ascendió al 34 %. Toda una bofetada en la cara a nuestra creencia en el nivel de cultura actual.

El auge de YouTube ha hecho popular el tema, pero es relativamente sencillo probar que la Tierra no es plana, de modo que, como problema intelectual, no es relevante. Más necesario es tratar de explicar por qué hay una cantidad importante de gente en la ignorancia y un grupo más pequeño que no se deja convencer. Ese relativo fracaso en la educación es el que inquieta a la academia, porque puede ser el síntoma de un problema mayor y más difícil de remediar.

Sucede que los escépticos sobre la esfericidad de la Tierra solo creen en lo que sus sentidos les indican y no aceptan el dicho de terceros, de los que desconfían (en particular, los científicos). Si se les muestran fotografías desde la Luna, prefieren pensar que es un engaño. Los convence más la teoría de que hay una conspiración mundial. La misma actitud lleva a negar la evolución o el calentamiento global, repudiar las vacunas y afirmar que la pandemia del covid-19 fue solo un montaje para inyectarnos chips de rastreo en la sangre.

Todo lo que sabemos de la vida es el resultado de la investigación de alguien más y ha llegado a nosotros por medio de intermediarios. Si no creemos en el conocimiento acumulado por la humanidad, nos mantendremos en el reducido espacio de nuestra tribu, nuestra experiencia personal y los raciocinios que desarrollemos por nuestra cuenta. ¿Y cuál es nuestra tribu? En la época de la tecnología, la que nosotros escojamos o la que los algoritmos nos escojan, basados en nuestras preferencias. Aunque, en teoría, todo el conocimiento de la humanidad está al alcance de nuestros dedos, puede ser que, en verdad, estemos reduciendo el alcance de nuestra mente, como si estuviéramos decididos a retroceder.

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