Los ‘smart contracts’
Juan Manuel Camargo
A pesar de su nombre, los smart contracts (contratos inteligentes) son, en realidad, bastante básicos, al punto de que el jurista ruso Alexander Savelyev los ha comparado con las máquinas expendedoras. Todos sabemos cómo funcionan estas, pero su descripción en términos jurídicos es la de un contrato condicional: si yo inserto suficiente dinero, tecleo en la pantalla un número válido y si activo la opción de “ejecutar”, puedo esperar que la máquina recoja un artículo del espacio identificado con ese número y lo deje caer en un receptáculo. La máquina, incluso, me devuelve el cambio (o el dinero completo, si algo falla).
Supongamos que, en lugar de una gaseosa, el artículo por comprar es una canción. No hay necesidad de un smart contract para comprar una canción por internet. En un aplicativo, el usuario ingresa los datos de su tarjeta de crédito, selecciona la canción y el programa le permite descargarla. En esencia, es una máquina expendedora, pero digital. Hay un contrato de compraventa, con estipulaciones básicas e implícitas: el comprador transfiere una cantidad de dinero, predeterminada por el vendedor, a cambio de que este le entregue el objeto. La ejecución del contrato está predeterminada y, hasta cierto punto, garantizada.
¿En qué se diferencia un smart contract de una compra cualquiera por internet? La diferencia no está en la mecánica de la transacción, sino en la tecnología. Lo verdaderamente distinto de los smart contracts es que funcionan en una cadena de bloques. Por eso, Gideon Greenspan dice que un contrato inteligente “es una pieza de código que es almacenada en una cadena de bloques, activada por transacciones de cadena de bloques y que lee y escribe datos en la base de datos de esa cadena de bloques”.
Debemos remitirnos a las virtudes de una cadena de bloques para entender las virtudes de un contrato inteligente. La cadena de bloques hace segura la ejecución del contrato, ya que los datos y el código residen en una red descentralizada de nodos, lo que, además, hace a los datos y al código prácticamente inmodificables. La red, los datos y el código son públicos, pero la identidad de los participantes puede permanecer anónima. Todo contrato inteligente se basa en obligaciones condicionales: “si” sucede “x”, entonces necesariamente sucederá “y”. Estas condiciones son programables y están sujetas a una sola interpretación. La semántica y la sintaxis en que están expresadas las estipulaciones no son las de un lenguaje normal, sino las de un lenguaje de programación. Los smart contracts son procesados por una máquina en lógica binaria. El consentimiento es irreversible; la ejecución, instantánea, automática e indefectible.
Una característica esencial de los verdaderos smart contracts es que se celebran, ejecutan y registran solo en forma electrónica. Debido a ello, los smart contracts están asociados a los criptoactivos, ya que solo estos garantizan un pago electrónico dentro de la cadena de bloques. Aunque eso puede parecer una limitación, hay una tendencia creciente a representar activos del mundo físico con bloques de una cadena de bloques: las llamadas fichas no fungibles (non-fungible tokens, NFT); incluso, están en desarrollo pruebas reales para “tokenizar” inmuebles. Al margen de ello, la tecnología de cadena de bloques está siendo aplicada para asegurar relaciones contractuales que no son smart contracts propiamente dichos, pero que tienen varias de sus características. De ello tratará una siguiente columna.
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