‘Los juristas del horror’
Juan Manuel Camargo
Borges recuerda que, cuando Dante Gabriel Rossetti leyó Cumbres borrascosas, le escribió a un amigo: “La acción transcurre en el infierno, pero los lugares, no sé por qué, tienen nombres ingleses”. Una reflexión similar me produce el libro Los juristas del horror, de Ingo Müller, porque sus lugares y personajes tienen nombres alemanes, pero el infierno del Derecho que describe no se circunscribe a ningún lugar, a ningún país, a ningún tiempo en particular.
Tomar como ejemplo al régimen nazi es difícil, porque en muchos aspectos es singular e irrepetible. Los regímenes que son comparados con los nazis se defienden poniendo énfasis en las diferencias: no son genocidas, no han mandado a la cámara de gas a millones de personas, no intentan conquistar al mundo. Para salvar esa objeción, hay que tener en cuenta que no se necesita identidad, sino analogía para que los ejemplos sean útiles. Por lo demás, la analogía puede ser parcial o relativa. Con esa advertencia, entiéndase lo que quiero decir cuando afirmo que la corrupción jurídica que describe Los juristas del horror evoca a muchas épocas y a muchos lugares, y sirve de advertencia perenne para cualquier país.
La obra describe –con lujo de detalles y abundancia de referentes históricos– el camino que recorrió el Derecho alemán para justificar y legalizar los abominables actos del régimen nazi. Es cierto que ese esfuerzo no partió de cero: antes de que Hitler subiera al poder, ya había tesis e ideologías que propiciaban el envilecimiento de la justicia. Sin embargo, al principio, los actos que perpetraría después el régimen nazi habrían sido, sin duda, condenados por ilegales. Año tras año, asistido de jueces, abogados y legisladores, el régimen nazi se armó de un completo sistema legal y judicial que hizo que todas sus atrocidades se ajustaran a la norma. Al final pudieron decir, por tanto, que sus actos fueron barbáricos, pero no ilegales. Y eso es lo terrible del libro. La lección de que el Derecho es maleable y no responde a ninguna concepción inmutable de justicia.
La ley, como mandato abstracto e impersonal, tiene un poder intrínseco que es innegable. Todas las dictaduras se basan en la fuerza, pero, al mismo tiempo, todas ven la necesidad de cambiar la ley para revestir sus actos de un manto de legitimidad. Se dice que el ser humano tiene un innato sentido de la justicia, pero tal vez lo que tenemos es un innato sentido de la legalidad. Después de la Segunda Guerra Mundial, jueces y funcionarios públicos del régimen nazi fueron reenganchados sin más al servicio público. Uno de los más prominentes fue Hans Filbinger, asesor de confianza de Konrad Adenauer, llamado “el terrible jurista” por el escritor Rolf Hochhuth, y a quien José Comas (El País) califica de “asesino de escritorio”. Su papel como juez en la marina nazi fue cuestionada y él se defendió afirmando: “Lo que era legal entonces no puede ser ilegal hoy”.
Los juristas del horror es un libro que todo abogado debería leer, y no como una crónica ajena, sino como una advertencia plausible y hasta como un retrato de situaciones reales y cotidianas. Lo importante del libro es que describe una mecánica, un método: cómo se pervierte la ley, los sistemas de justicia, los jueces y los abogados para sostener un régimen.
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